Cosa de ratón de librería y restaurante, de lector impenitente, de adicto a las historias: yo tengo mi lista de deseos secreta, mis lugares que espero visitar antes de cerrar la tienda.
Algunas de esas deudas son de larga data, otras aparecen y desaparecen con esos ritmos que son inherentes a las veleidades de la mismísima existencia: a veces simplemente lo que pareciera maravilloso y digno del cajón de los anhelos es bajado de su pedestal por un mal comentario, una mala acción o simplemente un cierre inesperado.
Pero algunas batallas te toca ganarlas y ese fue el caso esta vez. En 2019 alguien me comisionó el sumergirme en las oscuras aguas de las reseñas gastronómicas online para emerger con una lista corta de lugares verdaderamente extraordinarios.
En 2021 durante una luna de miel que excediera toda expectativa y loco sueño, pedaleamos hasta la puerta de uno de los 5 lugares listados, tan solo para encontrarlo cerrado por una emergencia médica global de la que puede que tengas alguna noción. Con todo, quien nos atendió en la puerta rezumaba amabilidad y buenos deseos.
Para la altura de las fechas en las que ese particular deseo cumplía 5 años, estábamos de vuelta en Viñales y a solo 2 km a pie de El Cuajaní.
El lugar en sí literalmente provee la imagen para el anuncio turístico icónico de la región: casa de tabla, techo de guano a 4 aguas, mesas rústicas, taburetes de piel cruda. Rodeado de una relativamente extensa huerta, situado al pie de un mogote.
La única manera de hacer ese paisaje lucir más auténticamente viñalero, es añadir una recua de 34 turistas franceses a caballo, transpirando profusamente.
Antes de narrarte nuestras aventuras debo hacer la salvedad, ver materializados tus deseos es como conocer a tus héroes, una ruleta. A la vez, como ocurre en ese otro caso, tus impresiones están profundamente marcadas por la anticipación que las ha antecedido. Quieres que tus sueños te provean del placer esperado, tanto como quieres que tus héroes te caigan bien. Así que, en ese sentido, no soy un narrador imparcial.
Una vez dicho eso… qué manera de comer rico.
Podría hablarte de la filosofía detrás del restaurante, de su intención de utilizar al máximo lo que provee la naturaleza de la localidad, de su apego a la tierra y de las raíces locales del dueño que encauzadas a través de una extensa experiencia alrededor del mundo, derivan en una cocina local elevada.
Podría aburrirte a morir de esa manera.
En su lugar te digo, abrimos la partida siempre con mojitos, pues como siempre digo… ante la duda, mojitos.
Pedimos en dos sesiones casi toda la carta de entrantes (el restaurante tiene un breve menú del día bastante estable). Abrimos con una bruschetta criolla, base de tostón plano sobre la que montaban una ensalada de mango maduro, aguacate, albahaca y jengibre. Antes de pensarlo mucho, ya teníamos servidos unos pimientos del piquillo rellenos de masa de pargo escalfada en salsa roja.
El dueño, amable y campechano se aproximó a la mesa, hizo las preguntas de rigor, nos regaló alguna historia simpática de su propia cosecha. Dicen que así se come en los buenos restaurantes, dicen que así se come en la casa de tu tía predilecta.
De principales nos dimos de boca con el plato de la jornada: un risotto de jengibre y calabaza al que le rallaron parmesano con una generosidad principesca. Llevaría su propia cuartilla describir el sabor capa por cada, sensación por sensación. Sin dramatismos (sabes que no es mi estilo) sabe a lo que asumo sabría el primer rayo de sol primaveral tras un invierno intenso.
Listo, me he secado las lágrimas.
De postre un flan de calabaza que haría sonreír a un inquisidor.
La caminata de regreso bajo el inclemente sol (no sé cómo lo hacen los franceses a caballo), es responsable de nuestras desventuras posteriores. Mi gota de sabiduría, lectora: si vas a comer como nosotros, más vale que el viaje de regreso incluya aire acondicionado.
Pero como no fue suya la culpa, decidimos repetir la hazaña.
Y fuimos recompensados: pedimos el otro tercio de la carta, unas croquetas de pescado con tanto del animal que bien podrían haberse declarado albóndigas. Sospecho que la carne vino de la cabeza del pez (de ser así ya sabemos adonde fue el resto del pargo). De ser así, alguna cucharada de fondo de pescado debe haber encontrado su camino hacia la masa de las arriba mencionadas croquetas. Gracias por venir.
Un plato de queso de cabra curado, una ensalada de todo lo verde habido y por haber en esa huerta, un filete de pescado (again, el Pescado Nacional de Cuba), un lomo de cerdo al gratén y una deuda con la comunidad después, nos encontramos compartiendo digestivo e historias con el más que amistoso propietario, tan dado a la palabra como este amigo que teclea para ti.
El atardecer nos emboscó en las ventanas de la salita de paredes de madera y fue con reluctancia que tuve que dejarlo ir para regresar a nuestra habitación a dos kilómetros de distancia.
Con todo, aún queda un tercio de la carta por explorar, así que te escribo esta nota como ejercicio para despertar mi apetito: esta tarde nos vamos al Cuajaní.