Veníamos hablando en notas anteriores sobre la fermentación como proceso y su impacto en nuestra vida cotidiana. Cuesta encontrar una técnica más común y menos celebrada en nuestra cotidianidad. Cada día ingerimos múltiples productos (panes y sus derivados, carnes, bebidas alcohólicas) cuyo sabor es fruto de este proceso sin que seamos totalmente conscientes de ello.
Tampoco lo somos de lo fácil que resulta "domesticar" a combinaciones específicas de bacterias y hongos para que produzcan estos resultados. Apenas debemos modificar condiciones ambientales, dígase: temperatura, luz, cantidad de oxígeno y acceso a determinadas sustancias como azúcares para que estos microorganismos hagan campamento en este terreno fértil, impidan la proliferación de otros no deseados y provean al alimento en cuestión de las características que procuramos.
No te vamos a aburrir con el recuento de las razones de salud por la cual fermentar de manera controlada y consumir alimentos fermentados debería estar en tu lista. En su lugar te ofrecemos una de nuestra propia cosecha.
La cerveza de jengibre es un maravilloso complemento de espirituosos como el ron y el vodka, relación inmortalizada en cócteles como el Dark and Stormy o el Moscow Mule.
También ayuda a combatir los efectos de malestares de estómago (aunque precisamos reiterar que nada sustituye a una visita al médico) y es una bebida efervescente y refrescante que restaura a la vez la flora intestinal.
Hacerla en casa es sencillo, comienza con un almíbar simple de jengibre. Una precisión al respecto, las proporciones que serán descritas a continuación son fruto de la experiencia y el gusto personal. Para nada constituyen un marco rígido y de hecho no podemos estimularte más a que explores distintas composiciones hasta encontrar tu punto exacto.
El mío yace en una proporción específica: 4 tazas de agua, 2 tazas de azúcar (yo prefiero azúcar morena para estos menesteres) una taza de jengibre pelado y cortado fino. Algunos prefieren rallar el jengibre, lo cual aumenta la superficie de intercambio y acelera el proceso en el que el almíbar queda infusionado, pero te obliga a usar un paño para eliminar la ralladura e impide en cierta medida que el azúcar caramelice dentro de la mezcla añadiendo profundidad al sabor.
Pon los ingredientes en una cazuela y disuelve el azúcar con una cuchara hasta donde se pueda (ello impedirá que se pegue en el fondo al colocarla sobre la llama). Mantén en el fuego por media hora después de que comience a hervir. Debe resultar en un líquido levemente oleaginoso, de color oscuro y sabor dulce y picante. Déjalo refrescar hasta que alcance temperatura ambiente... no-lo-refrigeres.
Para hacer la cerveza de jengibre, necesitarás un recipiente de boca estrecha que puedas cerrar herméticamente. Una botella, por ejemplo. La reacción que fermenta el almíbar simple genera mucho dióxido de carbono, por lo que de usar recipiente de vidrio o cerámica se corre el riesgo de que la presión lo reviente. Para pequeñas cantidades y consumo personal, yo prefiero usar recipientes plásticos que además están en todas partes.
En ese recipiente coloca 2 tazas de almíbar simple de jengibre, 1 cucharada de zumo de limón, un octavo de cucharada de levadura seca y 5 tazas de agua hervida. Cierra, agita para ayudar a disolver la levadura y deja reposar en un lugar fresco pero no frío y no expuesto directamente a los rayos solares. 24 h después, si usaste recipiente plástico, lo notarás terso al tacto debido a la presión del dióxido de carbono.
El contenido debe saber dulce (pues solo una parte ínfima del azúcar fue transformado), picante, levemente ácida y efervescente. Si gustas de ese punto, ya tu cerveza está hecha. Si la prefieres menos dulce, puedes dejar escapar algo del dióxido de carbono y dejarla un día más. En cualquiera de los casos, una vez a tu gusto, puedes trasvasar hacia otro recipiente (en este caso yo uso botellas de vidrio), dejando un espacio pequeño vacío entre el líquido y la tapa por si se produce algo de fermentación suplementaria y refrigera (nunca congelar). La baja temperatura ralentizará a la levadura que dejará de hacer su proceso en la misma proporción, preservando para ti el sabor del líquido.
Quisiera estar en capacidad de decirte que de esa suerte la cerveza de jengibre dura una semana, dos o un mes, pero es con sonrojo que debo confesarte, amiga lectora, que ninguna de mis cosechas ha rebasado las 72h de existencia. Ninguno de mis atardeceres se ha quejado jamás de una escasez de Moscow Mules.