No te ofendas lectora si te digo que los desayunos en Cuba son aburridos y potencialmente letales.
Hospedarse en cualquier rincón de la isla, viene casi siempre acompañado de paisajes lujuriosos y cambiantes, personajes fascinantes, playas paradisiacas, arquitectura, historia, tradiciones, métodos de transportación poco ortodoxos y… el mismo bendito desayuno dondequiera.
Pan (de calidad variable, pero pan es pan), huevos, fruta, carnes procesadas, queso artesanal (si estás de suerte), mantequilla artesanal (si tienes mala suerte), jugo de frutas (abrumadoramente dentro de lo que llamo, la tetrarquía de las frutas cubanas: mango, guayaba, frutabomba y piña), leche y café.
Este combo es universal e ineludible y la pesadilla viviente de quien deba suministrarlo. El anfitrión promedio debe hacer malabares rayanos en el dolor lumbar para mantener su almacén lleno.
El precio también es universal: uno de estos desayunos cuesta entre $5 y $8 USD por persona en cualquier lugar del archipiélago. Considerando el precio de los insumos y el transporte, cuesta creer que todo el que lo ofrece esté obteniendo ganancias.
Para el viajero, recién levantado y pobremente orientado, es conveniente tener el desayuno esperándole en la mañana en lugar de salir a “cazarlo”, pero puede que ahí terminen las conveniencias.
Restricciones dietéticas y religiosas, alergias y gustos, cualquiera de ellos puede entrar en conflicto con lo que con tanto trabajo pones en el plato.
Si eres de los que provee, acá te traemos un par de notas que pudieran ser de utilidad:
Ajusta el tamaño de las porciones. Si sobra mucho después del desayuno, simple y llanamente no lo estás haciendo bien y desperdicias dinero. Evita las porciones colectivas, parecen una buena oportunidad de quitar unidades de pan de la cesta, pero si no se consume todo, probablemente tengas que descartarlo. Si te piden más, siempre podrás rellenar un plato, pero si serviste demasiado, lo que quedó una vez consumida una porción no podrá utilizarse.
Haz tus desayunos más amigables para quien no come carne. Normalmente eso significa no poner determinados platos, pero hay toda clase de sustituciones. ¿Dónde está escrita la regla que prohíbe servir vegetales en el desayuno? Un salteado de berenjena, tomate, acelga, cebolla y especias requiere pequeñas cantidades de cada uno de los ingredientes para conformar platos individuales y de seguro será un éxito entre los comensales.
A lo mejor estoy errado, pero nadie te ha pedido mantequilla y quien lo ha hecho está acostumbrado a una mejor calidad de esta de la que puedes ofrecer. Si en su lugar colocas 3 tipos de mermeladas, o 2 mermeladas y una salsa salada, son pocos los que se acordarán de que no están consumiendo su dosis diaria de derivados lácteos.
Hornea. La harina es cara, pero rinde enormemente, magdalenas y empanadas pueden hacerse en distintas horneadas de distintos sabores y resisten la congelación por un largo periodo. A la hora de servir basta descongelar o dar un breve golpe en el horno para estén tan frescos como el primer día. Las empanadas, además, tienen la virtud de reducir el gasto, pues pueden rellenarse de recortes de otros platos: una de mis preparaciones preferidas es una empanada rellena de la pulpa que queda en el colador tras filtrar el jugo de piña, hecha postre almibarado.
Y hablando de jugos, es un mito que el jugo para estar bueno tiene que ser espeso. El mito está justificado porque un jugo espeso tiene más probabilidad de proveer lo que el comensal está buscando: un buen sabor. Pero hay otras maneras: por ejemplo, un buen jugo de piña puede llevar menos piña y una gota de limón para fijar el contraste entre dulce y ácido que es el alma de esa preparación. No tengas miedo de combinar cantidades pequeñas de distintas frutas, siempre que lo hagas con buen criterio: plátano con piña es una de mis preferidas, pero también remolacha, piña y un toque de limón. Un color atrayente, un sabor diferente y memorable, la puerta a posibilidades infinitas.