Hay tamales, hay tamales. Ven, vecino, tu buen tamal, ven.
Escribir sobre pregones es sencillo cuando de mañana, fuera de tus ventanas en un – de otra manera tranquilo – reparto habanero, estos cantos se acumulan… se arremolinan. El que dispensa bocaditos de helado, el vendedor de galletas de ajo y mantequilla, el que promete buena calidad de maní molido, el dulce de leche eternamente extranjero, importado de contrabando de las míticas tierras del Camagüey, donde al parecer el blanco fluido y sus derivados poseen legendarias cualidades sin equivalente en el resto del país.
El pregón no es un mero anuncio: es una estrategia integral de marketing que apela a lo gregario de nuestra cultura, que difunde sin parar líneas de mensaje sobre la calidad de lo ofrecido y a la vez crea branding con la voz.
Porque todos recordamos el timbre de nuestro panadero/repostero/manisero/proveedor preferido y no dudamos en lanzarnos de cabeza, escaleras abajo al oír su cántico:
El pay de guayaba y de coco. El rico rico. Vamos el rico pay.
Más difícil, sin embargo, es descifrar la impronta del pregón navegando esa web de puntos de vista encontrados, desconexiones, nostalgias rabiosas y esa piedra que carga sobre sus hombros la cubanía online: la política. ¿Cómo puede ser político el hablar de pregones en Cuba? Googlealo para que veas.
Te diré entonces lo que el pregón no es: no es un termómetro de la situación económica del país. Ha existido desde siempre y desde siempre ha provisto lo mismo a quien lo escucha: el alivio de saber que no tendrá que salir a buscar lo que hasta su mismísima puerta llega.
Tampoco es un resultado de la imitación de edictos y otras formas de comunicación de masas en el medioevo y antes. Quizás, en todo caso, lo contrario.
El pregón es un resultado natural del comercio. Quien vende necesita dar a conocer que lo hace y decir qué está vendiendo. El anuncio a viva voz escuchado en todos los mercados, se complementa inevitablemente con el pregón del vendedor callejero.
A veces sin siquiera mediar palabras: la flauta del afilador o el silbato del panadero sustituyen al cántico en una suerte de identidad musical anterior a que ese término se acuñase. Cómo el carro del helado de la infancia de quienes peinamos canas.
Confluencia de los dos, empoderada por la tecnología es la tendencia, ya para nada nueva a sustituir la agotada voz del pregonero por una grabación de la misma repetida en una cinta infinita.
Si algún punto de origen geográfico puedo imaginarle a ese pregón cubano - teoría bastante personal - tendrá que estar ubicado en el Levante. Conquista ibérica y expansión islámica hacia el interior de África, fuero el vehículo a través del cual esas culturas en las que tantas cosas – religión, arte, amor, comercio – se anunciaban a viva voz y se ventilaban en la calle.
Eco de ello que resuena a través de los siglos de práctica consumada, es la voz del pregonero imponiéndose sobre la modorra del mediodía calcinado de esta ciudad, promoviendo alguna chuchería que en la que no pensaríamos de seguro y que no saldríamos a buscar bajo este sol sahariano, pero que ahora nos hace agua la boca.
Una voz interpela al pregonero desde los balcones, repitiendo el nombre del producto en cuestión, imitando casi al descuido lo melódico de la proclama inicial.
El vendedor se detiene en la calle, espera. Se oyen pasos en la escalera y tú, comienzas a levantarte de tu sillón.