La culpa la tiene la doña Isabel. Si la famosa Reina Católica no hubiera financiado el viaje de Cristobal Colón en busca de nuevas tierras, quizás nos hubiese tocado Inglaterra como metrópoli y fuéramos ahora unos calurosos y flemáticos insulares. Pero no fue así.
El ruido, la impaciencia y la premura del día a día es una herencia española. Si a esto le añades el clima caluroso que fustiga a la Isla durante un gran periodo del año, entonces es comprensible que la comida rápida sea un preferente, no solo como aliviadero en horas de almuerzo, sino también como entretenimiento simple. Por esta razón, y con la mirada puesta en un verano que ya nos acecha, repasaremos las comidas callejeras que no escapan al paladar de cualquier cubano o forastero aplatanao.
Maní
Debo confesarlo,el precioso grano encabeza la lista y fue una decisión fácil de tomar. Quien me conoce solo un poquito sabe de mi debilidad por el maní, que compulsivamente devoro y cuyo poder para cambiar mi malhumor a una alegría desenfrenada y evidente, solo es comparable con pocos placeres humanos. Ya el maní era popular en cualquiera de sus variantes en toda Cuba, cuando Rita Montaner a mediados del siglo XX entonó el pregón de Moisés Simons, y catapultó el producto y la relación manisero-caserita a la inmortalidad. Ella, y más tarde el inigualable Bola de Nieve, toman la voz de un vendedor que sabe que la riqueza con el negocio no llegará nunca, pero que confían en la calidad del producto y con un guiño siempre meloso, te recomiendan que no esperes demasiado, pues al final, como todo en la vida, el manisero "se va, se va".
La tradición se ha perpetuado más allá de la transacción. En avenidas transitadas, en guaguas, en los portales de hospitales y funerarias y en las puertas de las escuelas siempre encontrarás un vendedor de maní. Aunque apenas notes su presencia, sabes que está. Los clientes raras veces compran 1 solo cucurucho, porque parece que la modernidad o la escasez de papel ha disminuido el grosor de los envoltorios. El manisero de nuestros días ya no pregona, desafortunadamente, o el canto le suena reposado. Pero no es por tristeza o desánimo, simplemente es heredero de aquella misma certeza del manisero de Rita y sabe que su producto convence.
Pan con lechón
Es la versión callejera de la clásica comida criolla, que mantiene como base la proteína: carne de cerdo asada, ligeramente aliñada, con su mantequita derretida (bendito calor) y sustituye el congrís, la yuca y los vegetales por el pan: salvador como ninguno, bíblico, infantil, preocupación de viejitos... el perfecto pegacontodo.
En la época colonial el cerdo no era de los platos más populares, siendo la carne de res la preferida entre los criollos. Sin embargo, fue ganando en partidarios debido a la variedad de platillos que podía ofrecer, la posibilidad de conservarlo en amplios barriles con manteca y la relativa facilidad para la crianza de los animales, sobre todos en áreas rurales. Aunque los historiadores no logran definir una fecha medianamente exacta en la que la carne de cerdo comenzó a coronar las festividades de fin de año, sí coinciden en que los rituales del asado en púa y aliñarlo con diferentes sabores, son autóctonos de la Isla.
La carne de fin de año, frase emblemática entre peninsulares, siempre era más de la que se podía consumir, por lo que en los primeros días del año nuevo aún quedaban masitas, trocitos del asado, que eran consumidos en forma de meriendas o almuerzos con grandes trozos de pan.
En la actualidad, el pan con lechón sigue siendo la opción alimenticia de muchos cubanos, no solo de transeúntes que buscan una opción económica y sabrosa para el mediodía, sino además, para aquellos amantes del jolgorio que lo anhelan como un platillo indispensable en fiestas populares, carnavales y playa. Un pequeño sabor de esquina, que tiene su propio secreto, una especie de placer culpable: el de la calle está más rico que el preparan en casa.
Continuará...