La mesa está casi lista, solo faltan por ubicar los últimos platos. En el centro, coronando el banquete, se alza un inmenso caldero repleto de fricasé de pollo que despertaría el apetito de un muerto, aun cuando en esta casa ya los espíritus comieron en abundancia durante los días de celebración.
Por el color oscuro de sus paredes cóncavas se sabe que ésta no es la primera ceremonia religiosa del metálico recipiente, y por el olor embriagador que desprende es fácil suponer que para la cocinera, que ahora dispone los detalles finales del convite, éste tampoco es un día de iniciación.
Después de tres jornadas en las que han cumplido con cada uno de los pasos de la ceremonia de consagración de la mano de Orula, quienes se inician en los misterios del universo Yoruba se preparan para el momento, quizás, más terrenal de todo el festejo: sentarse a la mesa y disfrutar de una comida como nueva familia.
La cena está asegurada desde el primer día en que se alimenta, con sacrificios de animales de plumas, a este Orisha poseedor del secreto de Ifá, del poder de la adivinación y los designios divinos para el futuro.
Orula prefiere comer gallinas negras y nunca gallos ni pollones, que son sus amigos. Al menos así reza uno de los patakíes sobre su vida, en el que se cuenta cómo castiga a la primera por su falta de hospitalidad y cortesía, cuando la deidad visitó un día su casa.
Cada iniciado debe ofrendar dos gallinas, que se usarán en diferentes momentos de la ceremonia: la sangre para refrescar la otá de la deidad y energizar su espíritu, los asheses –en el caso de los animales con plumas incluyen, entre otros, la punta de las alas y las vísceras– que se ofrendan al Orisha y la carne restante que se utiliza en alguna receta para la cena del tercer día de iniciación.
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Para esta ocasión, las encargadas de la cocina escogen una receta especial que ellas mismas preparan porque conocen con certeza cómo utilizar cada instrumento, cómo mezclar cada ingrediente y cómo agasajar a la deidad y los paladares de quienes, en ese momento, reciben de manos del babalawo el signo que regirá toda su vida.
En el menú, es posible que incluya alguno de los adimús preferidos de Orula: frutas y vegetales, quizás unos frijoles y, sin dudas, dulces y confituras para cerrar esta experiencia culinaria tan mística.
Completamente servida, cubierta con un mantel blanco, adornada con flores recién cortadas, perfumada por el olor de la salsa, bañada con los vapores del potaje y teñida de los intensos colores de las frutas y verduras tropicales, la mesa despierta los sentidos de los presentes.
Mientras se llenan los platos fluye amistosa la conversación y el babalawo aprovecha para recordarles a sus ahijados el compromiso que cada uno contrajo ese día. Quizás, les advierte, en el futuro alguno sea llamado para convertirse en su hijo, un honor que otorga a muy pocos el sabio y poderoso Orula.
Ilustraciones: Orishas’Collection cortesía Lisse Leivas