Los patakíes de Oggún hablan de un Orisha terrible, capaz de irrespetar a su padre Obbatalá, de violar a su madre Yemú y de vivir eternamente enemistado con su hermano Shangó. Las historias cuentan de un carácter amargado por la soledad, que no solo se consagró a trabajar el hierro y los metales con resignada obstinación, sino que regó polvos por todo el mundo que esparcieron y sembraron la tragedia entre los humanos.
Es común que se le asocie con las bebidas alcohólicas, especialmente el aguardiente, propio de los espíritus iracundos, e incluso que aparezca como una deidad bebedora en varios momentos de su vida en los que pierde el control o lo atormentan sus desgracias.
Sin embargo, para muchos iniciados en la religión Yoruba, Oggún es un santo abstemio, que solo utiliza la bebida cuando monta o posee el cuerpo de alguno de sus hijos durante una ceremonia religiosa, con el único propósito de esparcirla sobre sus seguidores para limpiarlos y purificarlos.
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Lo que sí le gusta a esta deidad, según un babalawo que habla en “El Monte”, de la autora Lydia Cabrera, es el cheketé, una bebida que se obtiene mezclando la naranja agria y el maíz, y se endulza con melao de caña y azúcar prieta.
Como ocurre con el resto de las deidades del Panteón Yoruba, la dieta de Oggún tiene una sólida base de maíz, por lo que le complacen las ofrendas que incluyan entre sus ingredientes el popular grano amarillo, como es el caso del agguidí.
Para elaborar esta receta se combina la harina con zumo de limón y se cocina luego con azúcar prieta. La masa resultante se moldea en pequeñas bolas que luego se cubren con hojas de plátano y se amarran con ariques para que no pierdan la forma durante el último paso: cocinarlas al vapor.
El plátano verde macho, el ñame asado o crudo, las frituras de frijol de caritas y el dulce de coco son otros de los addimús que el Orisha guerrero siempre agradece. Para sus sacrificios prefiere animales como el chivo, el carnero y el cerdo.
Curiosamente también se complace con los perros, costumbre que según uno de sus patakíes adquirió en un pueblo por el que pasó y donde se asombró de ver tantos perros gordos y bien alimentados.
Como su año en el monte había sido difícil y Oggún se moría de hambre, no le importó que las personas del lugar sintieran cariño por aquellas criaturas y clavó los dientes en el lomo de un perro negro que pasaba por su lado. Para su sorpresa, la carne le supo muy bien y decidió que en lo adelante este animal no podía faltarle en su dieta.
Por esa razón dicen también que cuando en las ceremonias un hijo monta a Oggún hay que cuidarse de que no entre ningún can al cuarto porque el cuerpo poseído por el santo lo persigue para chuparle la sangre.
No obstante, muchos creen que el alimento más dulce y querido por el Orisha guerrero fue la miel que un día le dio la hermosa Oshún para sosegar su espíritu beligerante y traer paz a su alma.
Ilustraciones: Orishas’Collection cortesía Lisse Leivas