En sus 24 caminos, Obbatalá, creador del mundo como lo conocemos, puede ser muchas cosas diferentes: un rey antiguo, su propio mensajero, un valeroso guerrero, un cíclope terrorífico, una virgen, una anciana temblorosa, un intrépido cazador y hasta la hija consentida de Olofi.
Sin embargo, todas las manifestaciones del Orisha, a quien se le atribuye la creación de la Tierra, comparten una blanquecina pureza que caracteriza el universo simbólico y religioso de esta deidad, y que impregna también sus comidas y addimús preferidos.
Blancos, como la masa del coco y la cascarilla, son los altares a Obbatalá: el hijo de Olofi y Oloddumare, el alfarero de los hombres y dueño de todas sus cabezas.
Solo en algunos de sus numerosos patakíes, como el de Obbatalá Ayenolú, la divinidad colorea sus atributos y recibe con complacencia alimentos teñidos. Cuando encarna a este ayudante, el Orisha se viste con telas multicolores y, aunque exige el sacrificio de un gallo blanco, demanda además el regalo de dos palomas negras.
También Obbatalá Ochalufón, quien según cuentan dio a los humanos el ashé divino del habla y el permiso para unirse mediante las relaciones sexuales, se complace ante la dorada tonalidad de su addimú más querido: los panales de miel que fabrican las abejas.
No obstante, sus hijos saben que a este Orisha lo satisface inmensamente el akukó fun fun o gallo blanco, como se repite en los caminos de Obbatalá Agguidai, Obbatalá Ogán y Obbatalá Obamoró. Las palomas y las gallinas de Guinea también hacen las delicias del santo, siempre que un albino plumaje revista la piel que las cubre.
Esta presencia del blanco hace que incluso en los altares más surtidos sea muy fácil identificar la presencia de las ofrendas a Obbatalá, al que muchas veces se le coloca una llamativa y hermosa torre de merengue, que se alza inconfundible entre los racimos de plátanos y las bandejas repletas de amarillos tamales.
En realidad, las comidas que pide el Orisha son tan sencillas como deliciosas e incluso, en algunos casos, curiosamente infantiles. ¿Cómo si no describir su predilección por la natilla, el arroz con leche y la champola de guanábana que mencionan con tanta frecuencia los iniciados en sus rituales y ceremonias?
Con el resto de las deidades del panteón Yoruba comparte otras preferencias, entre las que se incluyen la malanga y las bolas de ñame que, en su caso, se mezclan con manteca de cacao y nunca llevan sal.
Obbatalá es un santo majestuoso y austero. Prohíbe las bebidas alcohólicas que nublan el entendimiento de los hombres y los protege contra la demencia para que no se lleve las cabezas que él mismo colocó.
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Sus hijos saben que es capaz de defenderlos de los Orishas más iracundos, por eso no descuidan sus atenciones y se afanan porque en la mesa de su padre no falten las ofrendas que excitan y energizan el espíritu de este dios, tan blanco e inmaculado como las comidas que reclama para sí en cada celebración religiosa.
Ilustraciones: Orishas’Collection cortesía Lisse Leivas