Después de un día de trabajo, Aggayú Solá se sienta a la mesa. Nadie dice una palabra. Todo el mundo escudriña discretamente el rostro del Orisha, que es conocido por su irascible y violento carácter, buscando algún gesto de satisfacción o aprobación ante el banquete preparado solo para él.
El dios lo sabe, y aunque casi nunca se permite estas concesiones, este relajamiento de la disciplina, todo está tan maravillosamente dispuesto que cierra los ojos complacido para sentir el olor de la comida recién hecha y mueve la cabeza en una amplia afirmación.
Ante él se extienden docenas de platos con frutas de todos los colores y sabores, llegadas desde los campos de Cuba. También llenan los ojos varias fuentes con viandas que ya no recuerdan su origen africano, pero aún conservan su textura curtida por el sol.
Cerca del centro se alza una olla inmensa repleta de sopa, de la que se desprende el olor inconfundible de la carne de res, mezclada con especies del patio entre las que destacan el perejil y la albahaca. A su lado, descansan vasijas más pequeñas con rodajas de pan tostado para acompañar el caldo.
Justo en medio de la mesa se colocó una bandeja que refulge por la luz de las velas y refleja la superficie dorada de las palomas rellenas que contiene. El carbón con el que fueron asadas durante toda la tarde le da un aroma peculiar, todo el monte está allí, en esta pequeña habitación donde reina Aggayú Solá.
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Alguien le acerca un plato que el Orisha observa sin esconder su regocijo: hace mucho tiempo no come tostones y estos parecen especialmente crujientes. Coge uno, disfruta el olor a manteca, la forma de disco, los bordes tostados, el interior suave y un punto preciso de sal fina.
No hay nada en el mundo además de esta mesa y la deidad se deja arrastrar a un universo de sensaciones que comienza por los ojos, pasa por el paladar y termina en el corazón satisfecho, porque una buena comida no llena solo el estómago, sino que reconforta un alma agotada.
Media hora después, el mantel parece un campo de batalla y por la sonrisa extasiada de Aggayú puede decirse que en esta ocasión él fue el vencedor absoluto.
Sin embargo, el cierre viaja desde la cocina en las manos de un servidor, que carga con cuidadosa devoción el dulce preferido del Orisha. Entra triunfal en la sala y el aroma a canela invade la habitación, porque a un dulce de fruta bomba que se respete no podrán faltarle nunca unos trocitos de canela en rama.
Cuando termina, sale al balcón donde circula el viento fresco de primavera y por un rato repasa con la vista los miles de caminos que se cruzan frente a su palacio, a los que deberá volver temprano en la mañana, aunque ahora mismo solo piensa en lo mucho que le gusta la placentera sensación de llenura que le invade el cuerpo esta noche.
Ilustraciones: Orishas’Collection cortesía Lisse Leivas