Más sobre esa encrucijada mágica entre sensualidad, cocina y música.
La mayor parte de nuestra música popular ha crecido, en el apego continuo con el pueblo, que se apropia de esta expresión artística para reflejar los rasgos principales de su comportamiento cotidiano. Y en este sentido, el humor y la comida han venido a complementar la creación de piezas musicales que perduran a pesar del tiempo y el continuo cambio de las dinámicas sociales y culturales.
La irrupción del siglo XX en Cuba, independiente ya de una metrópoli europea, trajo nuevas ataduras económicas, políticas y por supuesto, culturales con el vecino el norte. El nuevo escenario que incluía luchas sufragistas, auge de la literatura erótica y ciertas concesiones a la estricta moral implantada por una católica cultura española, le vinieron como anillo al dedo a la sociedad cubana, traviesa de mente, de cuerpo, de espíritu y, que sacó jugosos partidos a las nuevas libertades adquiridas (o impuestas).
En el anterior trabajo recordábamos algunos de los más famosos sones, los que a través del choteo criollo, han quedado como frases insignes en el pícaro imaginario nacional. Concluimos en las connotaciones saboreables de nuestra música en el son “La yuca de Casimiro”, una suerte de elogio al excelente maridaje entre esta vianda y el quimbombó, y cuya irrupción en el panorama cultural de la época ocasionó ciertas incomprensiones frente a una inocente historia muy bien contada de una interesante yuca: “En la finca Casimaru/ hay un hombre que ha sembrado/ una yuca y se le ha dado/ de un tamaño regular: / el día que la fue a sacar, / pues le hicieron un encargo, / le decretaron embargo/ en aquella sitiería/ porque la yuca tenía.../ ¡un kilómetro de largo!”
La cocina, en su función de espacio amoroso de donde salen los sabores y degustaciones, pero también los asuntos prohibidos, aparece en innumerables versificaciones soneras. Miguel Matamoros hizo famoso su son “El que siembra su maíz” y puso a toda la nación a repetir con un guiño: “Muchacha dice tu abuela: no te meta’ en la cocina, que el que tiene gasolina no ha de jugar con candela”.
Fue precisamente el trío Matamoros, quien en los años ´40 popularizó en la voz del célebre Benny Moré, un son llamado “Pa comer”, que utiliza el tema culinario para contarnos en tono jocoso la mezquindad de sus hermanos que le dejan las sobras de una supuesta suculenta cena: “¡Qué buenos son, qué buenos son / que mis hermanos, qué buenos son! Óiganlo bien: me venden la carne… Pa’ comer. Me dejan el rabo, me dejan los huesos, me dejan la papa, me dejan la panza, me dejan la tripa, ¡qué buenos hermanos! Pa’ comer. Me dejan los tarros... Ummmmm... ¡no coma eso!”
Desafortunadamente, una de las piezas más explícitamente culinarias que jamás se haya escrito en la Isla, por esa razón lo mencionamos, es una melodía un tanto olvidada. Se trata de un son montuno, cuyo autor resulta difícil de identificar y que bajo el título “La Mora”, nos evoca un lugar paradisíaco lleno de manjares. “Voy a pintarles, señores, / una bella población/ donde cualquier barrigón/ puede allí vivir en flor/ allí se vive mejor/ que Adán en su paraíso/ hay un montón de chorizos/ y pescado en escabeche/ grandes ríos de café con leche/ que ni endulzarlo es preciso...”
Y hablando de gastronomía “total” saboreada por el punto guajiro, rescatamos también una tragiquísima décima, terror de algunas abuelitas moralistas, que culminaba con una peculiar declaración amorosa en modo devoración caníbal (créanme, la hemorragia casi se siente) cuando la enamorada viene a pedirle perdón al autor y este le suelta: “...como mi cólera es, infinita en sus excesos, ¿sabes lo que haría en esos, momentos de indignación? ¡Arrancarte el corazón ¡para comérmelo a besos”.
Vale. Creo que entendimos.
El lector coincidirá con nosotros, en que la culinaria música cubana, no se limita a meras descripciones gastronómicas. El cubano es un ser emocional, diría un amigo. Y no puede desprenderse de este estigma. No lo pretende siquiera. La asociación de comestibles al “objeto del deseo” ha sido una constante de nuestra lírica criolla. Y por más que críticos moralizantes han esgrimido elementos, es imposible enfrentar a toda una nación y espíritu transgresor en su búsqueda de la alegría y el placer, con total franqueza rozando el descaro. Benny Moré popularizó un mambo son de O. Portal que decía: “Es un coco lo que tengo contigo, es un coco lo que tienes conmigo. Vamo´ a romperlo, que si no tiene agua ni masa adentro, algo tendrá”.
¿Comprenden entonces?
Obviamente, algún lector bien podría pensar que la autora de estas letras se ha aprovechado de las líneas para convertir un texto músico-culinario en una suerte de tratado erótico. Y si así lo piensa, no se equivoca. A fin de cuentas, hablamos de sabores, ¿o no?