Si AlaMesa fue alguna vez Pequod y me tocó hacer las veces de Ahab, entonces en cierto momento de nuestra más incipiente historia, La Cocina de Lilliam fue Moby Dick.
Elusiva como el mercurio a los dedos, negada por los dioses de la gastronomía, rutilante objeto del deseo. Entonces, tal como ahora, ninguna enumeración de paladares estaba completa sin ese lugar. Era uno de los primeros 3 nombres que afloraban a la mente cuando el término acuñado por la mezcla explosiva de telenovela brasileña e imaginario cubano, era enunciado.
Y aunque, dentro de la milenaria tradición de la cofradía de los novios desdeñados, nos convencimos a palmadas en la espalda de no era estrictamente necesario el registro, la captura eventual (un par de años después) del cetáceo émulo de Houdini, nos movió a un comedido gozo.
Y trajo las historias. La primera persona de nuestro equipo que puso pie en la cocina de La Cocina para cruzar palabras con Lilliam regresó atiborrada de leyendas, como quien vuelve de Samarcanda. Presa de una impresión que en su momento juzgue poco menos que excesiva, difícil de creer del todo.
Como buena parte de lo muy bueno que le pasa a alguien más y no a nosotros. ¿No, lector? Material a media ruta entre la realidad y la ficción con el que tejemos los cuentos que hacemos a nuestros nietos.
Todo eso afloraba a mi conciencia entre retazo y retazo de conversación, la primera vez (un par de semanas atrás) que cené en La Cocina. Pensé la frase del poeta... "que largo camino anduve para llegar hasta ti”.
Que conste: largo figurativa y literalmente, el taxi me dejó en Avenida 3ra.
Invitación de lujo de Lilliam, contraria a las políticas oficiales de AlaMesa que pocas veces están ahí para ser rotas, pero vaya usted a negársele a la mujer en cuestión. Ella (si no la conoces) es la amable señora que aparece en la foto en la página que Wikipedia dedica a definir “carácter”.
Por alguna razón seducida por algo que escribimos respecto al lugar tras el regreso de “nuestro hombre en Samarcanda” y usuaria de AlaMesa App, nos regaló experiencia de lujo en noche de sábado con visita a la cocina incluida.
La cocina de La Cocina es un cuartel, sede de una organización prolijamente paramilitar, rotundamente femenina y capaz de repetir hasta el infinito, con precisión industrial, el proceso mágico mediante el cual se transforma amor en comida. En comida muy rica.
Lilliam, acostumbrada al parecer a prodigar bienestar sin previa consulta - ejercicio de sus imperiales facultades- no dejó nada a la ruleta rusa de nuestros abigarrados y heterodoxos gustos en la mesa y decidió por nosotros de plano.
Una invasión de entrantes para la mesa de 10: tabla de panes hechos en la casa (pan de berenjena, crotones de pan con romero, baguette enmantequillado, palitroques dulces) con salsa de ajo y sofrito para acompañar. Tamal en cazuela y vegetales salteados en un aceite de oliva generoso. También uno de esos clásicos entrantes de jamón serrano y aceitunas que arribó a la mesa sin particulares penas ni aplaudidas glorias. En contraposición, las croquetas de bacón sí anunciaron su cualidad mágica al desaparecer sin miga ni huella aun antes de que cámara alguna pudiera colectar evidencia. Ni idea de adonde fueron o como llegaron allí.
De los platos fuertes el fuertísimo: una paella marinera, dorada y refulgente como la bodega del Santísima Trinidad. Encima, nos trajeron un cordero guisado al vino con un matiz dulce al final que mi cerebro luchó infructuosamente por identificar, ello a contrapelo del instinto de mi paladar que se negó a hacer otra cosa que saborearlo. Y los más puros, duros, crueles y despiadados garbanzos fritos de la historia épica de esa leguminosa mediterránea, con el acompañamiento de una serie de productos de la charcutería que habrían hecho llorar de emoción y orgullo nacionalista al Goyo Jiménez.
Yo, no estarás extrañado de esto lector, no pude llegar a los postres. Pero emborronador de cuartillas como soy, adicto al néctar de las palabras, puedo pasar de azúcares si tengo a guisa de sucedáneo una buena historia. Y esa noche al menos, tuve mi dosis amplia de Samarcanda.