Tras el desembarco, arriban a un caserío y eligen al azar la casa de los Leyva Rodríguez. Como consigna Máximo Gómez en su diario: «Nos resolvimos a llamar, a la ventura, y la suerte, nos deparó gente buena cubana (…)».
El resultado de esa apuesta no podía haber sido más afortunado, pues Fernando Leyva Rodríguez, emparentado con Adela, propietaria de la casa, era un «soldado de la pasada guerra», conocido de Gómez.
Se les ofrece café, lo cual, entonces como ahora, era parte de la cortesía con la que se recibía en cualquier casa –no importa cuán humilde– a las visitas.
Cabe consignar que los métodos para su elaboración no se han modificado en lo fundamental en mucho tiempo: el grano de café tostado y molido se hierve en agua y se tamiza usando, muy a menudo, un paño de tela. Luego se endulza con miel o algún edulcorante basado en la caña de azúcar, según lo que esté disponible.
La predilección de José Martí por esta bebida está bien establecida, al punto de que, anticipamos, será una referencia recurrente su diario. Sobre su consumo dijo:
«El café tiene un misericordioso comercio con el alma, dispone los miembros a la batalla y a la carrera, limpia de humanidad el espíritu, aguza y adereza las potencias, ilumina las profundidades interiores y la envía en jugosos y precisos conceptos, a los labios».