Se mueven pasando por el Pino río arriba del río Jobo y bajan a Palmarito. La descripción de José Martí sobre la jornada en su diario no deja lugar a dudas respecto a la alta exigencia física impuesta sobre la tropa: seis veces deben cruzar el río Jobo, suben la loma de Pavano y luego deben hacer campamento abriéndose paso a machetazos en el monte. A ello se suma la privación no intencional de alimentos que dura todo el día y que culmina finalmente en la noche con una magra cena a base de salchichón, chocolate y chopo asado.
Sin embargo, las manos del poeta, seguramente agotadas por el esfuerzo, todavía se las ingenian para escribir bellos pasajes: «(…) oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima: es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?».