Se van al Palenque. Martí consigna en su diario una parada en la que recogen caña de azúcar. Desde una casa les envían café y arroz con gallina.
Abundando sobre los suministros de las fuerzas cubanas durante la contienda libertaria, encontramos una extensa investigación del Dr. C. Ismael Sarmiento Ramírez, en que comenta:
Durante la Guerra de 1895 no va a sorprender que a determinados combates acudan los soldados mambises con el estómago vacío. En este periodo la miel y algunos frutos, como el mango, la guayaba, la caña de azúcar, van a continuar siendo los únicos alimentos con que cuenta, en los momentos más críticos, el Ejército Libertador de Cuba. También el consumo de jutías, de majases, de carne de caballo, de vegetales y de determinadas viandas como el boniato, la yuca y el plátano, se mantiene en el gusto de los insurrectos, si bien, hay momentos en que se carece de todo recurso.
De las narraciones del coronel Orestes Ferrara –un joven italiano, de los muchos extranjeros que se incorporan a la causa cubana– se extrae el siguiente fragmento que corresponde a la marcha del regimiento de J. M. Gómez hacia Morón, punto indicado para recibir a los norteamericanos: «durante esta marcha hacia el norte, y luego al quedar inactivos durante algunos días acampados en un mismo potrero, sufrimos el hambre mayor de la guerra: estuvimos comiendo solo mangos verdes durante catorce días»
Por su parte, Serafín Espinosa y Ramos, en «Al trote y sin estribo; recuerdos de la guerra de independencia», nos deja con su testimonio un cúmulo de descripciones que corresponden a las principales privaciones que sufre el Regimiento de Caballería Villaclara, Cuarto Cuerpo, Segunda División, Primera Brigada en Las Villas. Al referirse al mes de junio de 1898 escribe:
(...) durante los doce días de marcha, atravesando Charco Azul, la Siguanea, Güinía, La Hanabanilla, hasta las sierras de la desembocadura del San Juan de Baullúa, comimos palmito, o sea, la parte tierna del cogollo de las palmas encerrada dentro de las yaguas, algunas frutas, muy escasas, aunque hubo lugares donde encontramos pomarrosas (Jambosa vulgaris) que formaban montes tupidos y especialmente los caballos que iban rindiendo en la marcha, que sacrificábamos cuando ya no podían dar un paso, sudados, desechos, cubiertos de lastimaduras y llagas putrefactas por todas partes, especialmente sobre el lomo, debajo de la montura.