Desde cualquier punto, pareciera que su mirada siempre está fija en el sitio donde están listas las botellas y las copas. Sus pasos son firmes y, una vez que alcanza el interior de cuadrado chic, a un lateral del lobby, la barra lo protege como su trinchera y él puede sentirse general en jefe, artillero de chorros, rey de las mezclas. Adrián Ravelo tiene 33 años y desde hace dos trabaja como barman en el Hotel Habana Libre.
Lleva una camisa negra con un detalle rojo vino en los puños, pantalón a medida, un cinto Zara y un reloj discreto y varonil. Se mueve con soltura porque conoce de memoria el pequeño espacio de donde saca esos cócteles por los que los huéspedes vuelven una y otra vez, adictos a sus artes, no al alcohol. Observándolo, es fácil comprender aquello que tanto él como su maestro reconocen como el estilo cubano del barman: la caballerosidad no solo con el cliente, sino hasta con botellas, copas y otros accesorios que trata cual si fueran parte de sus afectos.
Cada movimiento lleva un toque de fina elegancia, de distinción profesional que, si bien por un lado hace polvo nuestros intentos de lograr algo similar en casa; por otro, provoca ese asombro orgulloso de cuando, sin ser expertos, la intuición apunta a que la próxima vez no estaría mal imitar un poquito a Adrián.
Nada lo desconcentra y cada gesto, seguramente repetido miles de veces, tiene la cadencia de una coreografía lista para verse a teatro lleno. Seguramente el sabor, el aroma, la atmósfera, la alquimia del líquido dirán la última palabra, antes de que ellos hagan lo suyo, el mero proceso es un gran espectáculo.
Desde el modo de sostener la batidora, de verter el hielo, hasta la delicadeza para seleccionar las hojas de hierba buena para la preparación, vale la pena una butaca en primera fila. El pase de las botellas es punto aparte: nuestro Havana Club no podría ser más nuestro que en las manos de un barman cubano porque, como escribanos de barra, ellos certifican su identidad. Para cuando el frapé está listo, luego de colocar todos los ingredientes del cóctel, el estilo vuelve a adueñarse del cuadrado chic. En una isla donde la pelota y el trago ocasional son pasiones extendidas y entendidas, las maneras en que Adrián monta el trago dan la impresión de un batazo largo, largo, largo... hasta que la bola vuela el borde de la copa y sencillamente se va de jonrón.
Sus dedos índice y anular sostienen la copa previamente enfriada con hielo. Luego derrama despacio la mezcla rojiza. Con las pinzas, coloca media rodaja de limón en el borde, las pajillas y, poseído de la gracia de los cubanos y con una sonrisa triunfal, autosuficiente, el barman extiende el trago y asegura: Ahora disfruta, porque te vas a tomar todo este hotel mezclado.
¿A qué sabe el Habana Libre Frapé? ¿Quién podría describirlo? Siempre será un descubrimiento personal. Hay que subir y bajar sus muchos niveles de sensaciones justo allí, en ese sitio de la capital cubana donde un barman puede hacer la magia.