El almuerzo del domingo que la L. (mi secuaz) prepara con desgano superlativo y ritual persistencia cada 7 días, es una tertulia gastronómica con evidente impacto en la cultura local del piso que compartimos, tal y como su lema ("más vale que te llenes o te veré yendo a comprar pizzas") lo indica.
Tras un despliegue tan opíparo como la economía haga posible (más abundante y diverso en los primeros fines de semana del mes y más "arroz-céntrico" al final de la página del calendario), la digestión es ayudada por una de las más venerables tradiciones de nuestra nación (una que, por cierto, creo que mi madre inventó): dar cabezadas mientras fingimos ver el programa de Martha Araujo.
Un domingo del pasado marzo, entre desmayo y desmayo de los necesarios para procesar un par de costillas de cerdo ahumadas de las que no quiero dar detalles, vi pedazos de Burnt, film que (aunque no estoy muy seguro pues mi cuerpo se negó a procesar largometrajes y costillas a la vez) trata de dos artes: el de la cocina y el de salir vivo y en una pieza de las papas podridas que te lanza la existencia.
Me puso a pensar (en la medida en que tal milagro era posible) que las buenas pelis sobre comida, las realmente memorables, lo son por un balanceado maridaje entre salivación y reflexión.
Es una relación simbiótica y, pienso, imprescindible: un film de cocina no quedará en la memoria si no nos muestra también algo de la mecánica de la existencia humana a modo de revelación aparentemente colateral.
Google me devuelve 650 000 resultados con listas de los mejores filmes sobre cocina. Todas diferentes y a la vez convergentes alrededor de ciertos títulos en particular. Yo, intentando probar mi punto tendré que endilgarles "la mía", número 650 001 del ranking y que trae aparejada un poco de los porqués que hacen que cargue con ellas. Esos filmes son:
Chocolat
Si vamos a hacer esto, seremos sinceros. La primera razón por la que me gusta Chocolat es Juliette Binoche. Puro y duro magnetismo animal, ¿Ok? Aparte de eso, la historia de Vianne Rocher y Roux habla por sobre todas las cosas (al menos desde donde yo lo veo y aprovecho para declararme responsable de todas las opiniones que vierto en este escrito) de la soledad. De sus pros y contras, de lo perversamente fácil que se nos hace a los seres humanos adaptarnos a ella y lo perversamente difícil que resulta entonces cambiar aunque en ello nos vaya la felicidad.
El frente gastronómico por su parte, está cubierto con la sola presencia de ese avezado y popular actor que responde al nombre de Señor Chocolate.
El Festín de Babette
Llegué a este film en particular de la mano de una amiga a quien solo puedo definir como poetisa de la repostería, así que me confieso satisfactoriamente intoxicado con su entusiasmo. El Festín... se trata acerca de la alegría de vivir, y la necesidad de redescubrirla y reencontrarla una y otra vez. Se trata de las decisiones que tomamos y cómo influyen en el derrotero de la existencia. La apoteosis en la película llega con la cena que le da nombre, que es todo lo que puedo describir y dos platos más. De esta salvar (en un spoiler colosal, ódienme) la frase de Babette al saber sus ganacias financieras agotadas: "una artista nunca es pobre".
Chef
Es una película sobre la pasión por lo que se hace y cómo ese amor superlativo puede hacer la diferencia por pequeña que pueda parecer la obra. El personaje principal ama cocinar, ama el acto de crear algo que maraville a quien lo cata, lo cual queda perfectamente sintetizado en la secuencia en la que prepara algo de comer para su pareja (Scarlet Johannson, macho, así que abandona el gimnasio y ponle el ojo a la cosa culinaria). Se expresa eso una y otra vez en casi cada fotograma: para el Chef de la historia el arte es importante, pero es superado por sus efectos en los demás, no necesita tanto el reconocimiento (encarnado en la figura del blogger), como el respeto de aquello a quienes deleita, siendo su hijo el primero y más importante.
Chef es una declaración de principios: "este soy yo" parece decirle al niño y a todos "soy lo que hago y encuentro satisfacción en que te brinde placer". No existe sobre la faz de la Tierra nada más contagioso y memorable que la pasión. Y por supuesto, la moraleja principal de esta película es "si te vas a hacer el loco, que no sea en Twitter", pero eso es otro asunto.
En el frente gastronómico, debo decir que los platos mostrados a través de una excelente fotografía, son suficientes para que el reprimirte de lamer la pantalla tenga que ser un acto consciente.
Comer, beber, amar
En un punto de nuestra existencia, si tenemos suerte, tendremos que comenzar a pensar en cómo hacer que nuestro arte y nuestras decisiones trabajen para nosotros. Podemos llamarle egoísmo, pero lo cierto es que la búsqueda de la felicidad es también un deber y sobre eso se trata esta película, sobre un hombre con talento que, de alguna manera, trata de arreglárselas para emplear ese talento para ser feliz, ya sea cocinando tan envidiable cena dominical (coge notas L.) con el solo propósito de ver a sus hijas o preparando la lonchera de la niña de la mujer a la que secretamente ama. Nunca es demasiado tarde para hacer efectivo el cheque de nuestros sacrificios y adquirir con él un pedacito razonable de nuestros sueños. Sobre la parte culinaria, solo comentar que los primeros 10 minutos son simple y llanamente intensos para cualquier amante de la cocina.
Mi muy breve lista breve, por supuesto, no cubre el espectro completo de lo que considero vale y brilla en esta suerte de subgénero especial para golosos. Faltaron otras: July y Julia, Un toque de Canela... Vatel...
Vista de conjunto, la ensalada de fotogramas arriba aliñada muestra una vez más (la millonésima) que el acto de comer, también provee de ese espacio para hacer aflorar las pasiones, las dudas, las emociones, los sueños que se encuentran en la misma médula del ser humano.
La naturaleza fisiológica de nuestra necesidad y deseo de alimentos, ha sido un lastre a menudo para que lo enunciado en el párrafo anterior sea entendido en su justa medida. Porque el hecho de que nuestros cuerpos puedan sobrevivir sin escuchar música, hace evidente que nuestro deseo y necesidad de esta proviene del alma y nos hace cercanos los dramas personales de un Mozart, Debussy o de un Sydney Bechet, de los que emerge (también desde el alma) el torrente de su creación que nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos. Pero, por supuesto, no sucede así con la comida.
Por eso esa mezcla de cocina y cine, de salivación y reflexión es neurálgica para descubrir, con el paladar asombrado, el arte que yace en nuestro plato, tan caro a la esencia de lo que somos como cualquiera de sus más encumbrados equivalentes.