Que gustamos de leer Habana por Dentro tanto como gustamos de recorrer esa Habana Real e Imaginaria que nos habita, es cosa harto conocida. Si además encontramos en el blog de Dazra Novak una de esas mínimas reseñas que nos regala, esta vez referida a un lugar que, no solo está en AlaMesa, sino que fue "descubierto" por nuestro equipo casi desde su misma inauguración, entonces es oficial esa alineación de planetas que justifica el compartirlo con ustedes. Que lo disfruten...
En el tramo donde la calle Aguiar queda atrapada entre Tejadillo y Empedrado, he descubierto un pequeño oasis. Rápida y cuidadosamente sorteaba yo el terreno minado, que puede explotar desde un jarro de agua sucia más arriba o caca de perro más abajo, ciudad vieja devastada por esa guerra de la sobrevivencia del carretillero vendiendo sus viandas en la esquina, los salideros de agua, el negociante, las bolsas de basura, los balcones gritando su decadencia en escombros y de pronto, sin más, Helad’oro. Un pequeño local donde predominan el color naranja, la madera y los cristales prometiendo un ambiente climatizado que permite mirar hacia afuera como si hubiéramos saltado de la revoltura del océano a la tranquilidad de una pecera. Esta vez: ni Coppelia ni Nestlé. Vade retro al azúcar. No hay aire en la mezcla helada, que se siente más grumosa en su variado capricho de sabores: galletazo, guanábana, snickers, turrón de maní, malta. A estas alturas de la modernidad nadie se asombra de que la cesta donde los sirven sea comestible, pero, ¿helado de mojito? Un oasis en el que ciertamente no se gasta poco, pero oasis al fin, un alivio momentáneo y refrescante. Un buen punto para upgradearnos, con la punzada del guajiro, en la estima de un ser querido que cumple años o una pareja de aniversario. Un gustazo anclado en la memoria hasta que rompamos la alcancía otra vez.