Merced de un contrabando incesante de URLs entre mis amigos y yo, me llega un artículo que El Comidista publica en su columna del periódico español El País. El autor refiere como fuente de inspiración otro artículo de Adam Roberts (Gourmet amateur) para el Huffington Post, aunque a decir verdad y hasta donde este humilde emborronador conoce, el origen de tales escritos (relativos a qué hacer y qué no durante una comida en un espacio público) se hunde en la noche de los tiempos con probables precedentes en la Francia borbónica, en la Roma pagana y en la Grecia clásica.
Leídos ambos, estoy de acuerdo con algunas y dudo del éxito de la aplicación de otras de las recomendaciones en el entorno marcado por esta maldita circunstancia de agua por todas partes, así que me lanzo a dar mi versión. Acá te van 9 cosas que NO debes hacer en un restaurante habanero:
1. Llegar tarde: esto está particularmente contraindicado para cenas de grupos grandes con menús dirigidos. La experiencia me dice que el restaurante intentará tener la mayor parte de los alimentos preparados de antemano. Si demoras mucho, te expones a comerlos fríos o recalentados con la subsiguiente pérdida de cualidad. Piensa, por ejemplo, en nuestra adorada carne de cerdo y su tendencia a hacerse correosa al perder temperatura.
2. Evitar hacer preguntas: a menudo, por no incomodar, por no parecer desconocedores o precisamente por no pecar de excesivamente preciosistas, nos negamos a evacuar dudas legítimas acerca de la carta. Ello puede llevarnos a ordenar un plato que no nos gusta. Para empezar, el preguntar (sirempre que reciba la debida respuesta) alimenta nuestra cultura. A la vez, la calidad de la respuesta que recibimos es medidor de qué tan bueno es el servicio en particular y el restaurante en general. Una respuesta exhaustiva y amable denota dominio y el trabajo de una buena administración.
3. No pedir recomendación: yo siempre pido la recomendación de quien me atiende por varias razones. La primera es que revela la manera en la que el restaurante concibe su relación contigo: por ejemplo cuando recomienda solo los platos caros si su interés es exprimirte. Lo segundo es que evidencia la preparación o no del dependiente y del servicio en general. Lo tercero es que te da acceso a un punto de vista diferente al tuyo... al final eliges lo que quieres porque tú eres quien se lo va a comer y quien lo va a pagar, pero en el proceso de toma de decisiones una segunda opinión (más aun, una enterada) puede revelar detalles importantes (como que el jugo de naranja no es de naranja).
4. Devolver un plato a la cocina: y en ello yace mi primera y mayor divergencia con el Comidista y Cía. que recomiendan precisamente lo contrario. Si un plato tiene una falta grave que no puedes soportar, no te lo comas, pide otro con el mayor tacto o levantate y vete. Pero hagas lo que hagas, no permitas que regrese a la cocina. Un chef es un artista y la relación de un artista con su obra es profundamente emocional. Al devolver el plato, lo ofendes al decirle que tal obra no sirve. Lo que ese artista, en su emocional respuesta, pudiera hacerle al plato en cuestión, le pondría los pelos de punta a un inspector de sanidad. O no, pero... ¿quieres correr el riesgo? Para referencia, más que gráfica, recomiendo la lectura de los pasajes de El Club de Lucha de Chuck Palahniuk (o su versión cinematográfica, protagonizada por Brad Pitt, Edward Norton y Helena Bonham-Carter) en los que Tyler Durden hace las veces de guerrillero gastronómico.
5. No balancear la orden: sobre todo cuando vas con tu pareja o en grupo. La posibilidad de ordenar diferentes de platos nos permite explorar la carta y ganar en experiencia a un costo, en todos los sentidos, menor. Y aunque sea teóricamente menos higiénico, eso de compartir, si lo sabremos los cubanos, es más divertido. Entonces, si uno pide pescado, que el otro pida carne y de ninguno en demasía.
6. Ordenar las bebidas, en especial el vino, por botella: en esto estoy de acuerdo con Roberts... solo hay tres bebidas que pegan con todos los alimentos: el agua, el jugo de piña natural bajo en azúcar y la cerveza Corona (valga la redundancia). Con el resto, en particular con los vinos, sucede que si ordenas una botella para 4, alguien estará acompañando su cena con una bebida que no compagina. Aunque parezca una pijada gruesa, la correcta selección de la bebida acompañante es fundamental para que una comida sea placentera.
7. Eliminar elementos y condimentos: volvemos a lo del artista y su obra... un plato o coctel (si tienes suerte y quien lo conforma sabe lo que está haciendo) es una composición balanceada que se ve afectada si retiras uno de sus elementos. Si eres alérgico a los camarones o no toleras el picante o te desagrada el sabor del marrasquino (cosa que me estoy inventando ahora), simplemente no ordenes platos o bebidas que los contengan.
8. Compartir el postre: lo repetiré hasta el cansancio... MI POSTRE ES MÍO. El postre es el más emotivo de los platos, es el que más probablemente te retraerá a la infancia hasta sacarte las lágrimas. Cuando alguien mete la cuchara en tu postre, por más romántico que le parezca, cercena, amputa una parte fundamental del disfrute de toda la experiencia gastronómica, dejándote a cambio un ambiguo vacío y una sonrisa estereotipada en el rostro. Pide dos postres (incluso si ella o él dice lo contrario. Es preferible que sobre a que falte) y de preferencia, diferentes (ver recomendación No.5).
9. No mirar la cuenta: aquí nos reconciliamos el Comidista y este comelón. No se trata de que desenfundes la calculadora que viene con tu versión de Android y te pongas a aplicar lo aprendido en ese curso de contabilidad y contraloría. Bastará con un vistazo para determinar si consumiste en efecto lo listado o si te deslizaron un par de mojitos de pega (que puede sucederle al más pinto) o si no hubo algún aporte casual a la noble ciencia de las aritméticas (en el estilo de 3+3=9, uno de mis preferidos).