En la cubierta del galeón de AlaMesa, La Amenaza Mostaza, la tripulación se arremolina. Los marineros corren en todas direcciones cargando botellas y copas, fuentes y enseres. Fijan mesas, ruedan barricas, descorchan damajuanas. En un rincón dos grumetes hacen girar el macho asado en púa mientras el piloto levanta la WiFi local (para jugar Monkey Island multiplayer) y el contramaestre pone en la radiobase al Poeta antes Conocido como Osmany García el Hijo del Makri, cantando Abollado, tema que por alguna extraña razón, parece ser del gusto de los piratas.
De repente, sobre el castillo de popa se alza una imponente figura: es el mensajero con gorro de chef y garfio sacacorchos, que encaramado sobre un cajón de bacalao se dirige a sus secuaces:
Camaradas piratas, por cuatro años ya navegamos mares incógnitos poniendo un trozo de tal aventura en la boca de quien nos lee para que desde allí se encienda, arda, ilumine y contagie la imaginación. Exploramos, descubrimos, investigamos… colocamos en el mapa ese tesoro elusivo que son los buenos momentos; los sabores y sensaciones en los que habita la silueta incierta de la felicidad verdadera. Los días compartidos con ustedes, tripulantes y lectores, son #Regalos, por lo que pido alcen sus copas y me acompañen cuando #BrindoXAlaMesa porque juntos, sobre estas aguas, bajo estas velas, lo tenemos… todo cubierto”.
Un silencio sepulcral se apodera de la embarcación mientras los tripulantes, avezados lobos de mar, permanecen petrificados sin saber qué hacer, el viento amaina, la nave se detiene. De pronto, desde el fondo se oye un grito que galvaniza a la multitud: ¡A comeeeeerrrr! Y todo vuelve a echar a andar.