El amor, amigo lector, es la capacidad de encontrar belleza y placer en la nube de singularidades no siempre agradables que componen la personalidad del otro. Me tomo un segundo para reducir tan profunda definición a 160 caracteres y postearla en Twitter. No queremos que se pierda un byte de sabiduría por no tomar a tiempo las medidas adecuadas.
Lo cierto es que si algo ayuda a colocar en perspectiva el sentimiento, a entender de veras su cualidad, magnitud y dirección, es el analizar nuestra reacción respecto no a las virtudes del otro, ni siquiera a sus defectos más manifiestos y reprochables, sino ante las mínimas manías y gustos ligeramente molestos que son, no lo dude, los que a la larga ponen a prueba la paciencia de los enamorados y constituyen la primera causa de divorcio entre los matrimonios con 10 o más años de casados.
Como que ella ronque, o que él nunca ponga los zapatos en su sitio, o que a ella le apasionen sus 7 gatos, o que él tenga una relación intensamente erótica con su Samsung core i7 de 8 Gb de RAM 1 Tb de memoria fija y touchscreen a la que llama bajito "Annie". (El representante legal de AlaMesa me obliga a poner acá una coletilla que reza: todos los ejemplos colocados son de ficción, cualquier similitud con personas o situaciones reales es pura coincidencia. AlaMesa y el autor no se hacen responsables, ni pueden ser de ninguna manera procesados legalmente en lo relativo a dichas coincidencias. ¿Oiste Alejandro?)
Y todo esto viene a cuento porque a mi novia le gusta la comida japonesa.
Como bien sabes, amigo lector, el amor es la capacidad de encontrar la belleza en singularidades no agradables de la personalidad del otro y mi noviazgo es una democracia representativa con el foco de poder en el brazo ejecutivo del gobierno encarnado en la figura presidencial de mi novia. Como también sabes, lector, desafortunadamente yo aun no soy ciudadano de la antes mencionada democracia y no tengo derecho al voto.
Así que la semana pasada, en el día más frío del año, fui ganaderamente arreado en la dirección de PP's Teppanyaki.
Antes de seguir, una disgresión perdonable: en diciembre de 2012 Pepe, el propietario, se comunicó con el equipo de AlaMesa para incluir su flamante restaurante de cocina japonesa ubicado entonces en un lugar de Boyeros de cuyo nombre y localización ni Dios, ni Google ni yo podemos acordarnos.
Baste decir que la persona designada por AlaMesa para concretar el registro deambuló por suburbanos andurriales todo un atardecer antes de darse por vencido sin lograr siquiera encontrar el elusivo establecimiento.
Meses después, Pepe mudó la franquicia de locación hacia ese apartamento de primer piso al doblar de Coppelia y fue allí donde finalmente nos conocimos.
Con 28 años de experiencias en Japón, la media tarde compartida con Pepe, aderezada con unos rolli makis sirvió para sellar mi simpatía por el hombre y el proyecto y mi desagrado por la cocina nipona.
Porque les digo, no me gusta la comida japonesa. En lo que a mí respecta, pocas diferencias debe haber entre sus platos y el contenido de la despensa de una nave ave de presa klingon de las de Star Trek.
Así que entrego puntualmente la pluma a mi novia, con más conocimiento y vocación al respecto, tal y como dejé el proceso de selección en sus manos.
Se pidió una sopa de miso con camarones y hongos que desde la perspectiva de este humilde servidor clasifica como lo mejor de la noche. El sabor de aquel caldo supera con creces en calidad al lenguaje que yo pueda evocar para describirlo y el acto de pescar los trocitos de champiñones para confomar con ellos la cucharada perfecta se constituyó en deleite casi infantil.
Para mí ordenó una ración de gyouzas, una suerte de empanadas puestas a punto a la plancha y rellenas en este caso de carne de cerdo.
Pedimos dos raciones de rolli maki, el New York roll para ella: 10 piezas de arroz de sushi enrolladas con algas conteniendo camarones caramelizados y aguacate. A mí, que el sentir pasar la textura del nori (el alga de marras) por mi garganta me cae muy pesada, me pareció menos invasivo el Philadelphia Roll, con un centro de pescado ahumado mezclado con queso crema y el arroz "por fuera" (esto es, con el nori haciendo una espiral hacia adentro) salpicado con sésamo negro.
La punta inferior de cada uno de los breves rollos hundida en salsa de soya, la parte superior tocada con una pizca de la pasta verde picante del wasabi y... adentro van...
Al final de cada bocado no olvidé colocar una sonrisa satisfecha en mi rostro. Que mi relación es una democracia con tintes de dictadura matriarcal.
De beber, en un rapto de rebeldía me pedí una cerveza Cristal (yo soy un nacionalista) en contraposición al té verde que ordenó mi novia. ¿Pueden creerlo? Esa mujer, de fijo, está lista para ser secuestrada por extraterrestres.
Fue ella la que hizo el debido sumario, colocando al rincón de Pepe a la altura del estándar internacional, esto es, de los oscuros rincones de Europa en donde protagonizó atracones similares. Y a mi entender hay una proeza memorable en ello, considerando las limitaciones que implica la disponibilidad o no de los insumos de una cocina tan especializada como esa tan probablemente dependiente de la importación.
Y algo más concedo yo desde mi asiento de copiloto, esa cualidad de objetividad y funcionalidad que respira todo el lugar, punta de iceberg de una filosofía que concede relevancia al acto de intercambiar alrededor de una mesa surtida. La decoración es sobria, el ambiente calmado, el servicio eficiente y cuidadoso de la privacidad, todo con el objetivo manifiesto de construir alrededor de los que comen una paz propicia para convertir cada instante en memorable.
Por: Aleph
Alquimista, emborronador, revisionista y bebedor
Sígueme en Twitter: @iHavanaAleph