No le quepa duda, lector, era una emboscada: el despliegue de fuegos artificiales emocionales orquestado por mi novia a propósito de mi cumpleaños tenía como objetivo el comprometerme hasta el muy moral tuétano de mis huesos con la celebración del suyo.
Comencé a sospechar la jugada cuando (como buena especialista en marketing digital que es) convirtió dicho festejo en un evento en redes sociales con decenas de invitados. Aún estamos a la espera de las estadísticas que amablemente nos hace llegar el equipo del señor Zuckerberg cada semana, pero calculamos que varios centenares de individuos en media docena de países fueron puntualmente convocados.
Pero lo que realmente me puso sobre aviso (tarde, como alerta el chasquido de la trampa al incauto ratón), fue el escucharla al teléfono reservando en un lugar a tono con la magnitud de la celebración.
Si usted que lee con una sonrisa esta croniquilla conflexiva está entre los centenares de afortunados que recibieron tales avisos, convendrá en que mi novia, conocida en Altabana y Tripadvisor como "el alma de la fiesta", es una fuerza de la naturaleza y no considerará anómalo el que ese viernes en la noche me encontrara (camisa de hilo repujada, pantalón de vestir y zapatos de piel... yo soy un clásico) siendo arrastrado por ella hasta la puerta de Siá Kará Café (SKC).
Sin duda, el inmueble en el que se encuentra hoy Siá Kará Café fue concebido originalmente como expendio, negocio o almacén de alguna clase. Es una edificación de estilo colonial con techos de durmientes de madera sorprendentemente bien conservados (o restaurados) y tiene los vanos típicos de los portones de este tipo de establecimientos a finales del XIX y principios del XX (que luego fueran casi universalmente sustituidos por puertas enrollables). ¿Saben? Esos que cierran arriba con una reja de hierro fundido.
En dependencia de su edad, es posible incluso que haya transitado por varios de estos usos dada su cercanía primero a la Estación de Villanueva y posteriormente al Capitolio Nacional. Puede que en la época revolucionaria haya derivado en edificación de vivienda mediante uno de esos horribles cierres aún demasiado comunes.
Pero esas son, por supuesto, elucubraciones que me asaltaron de a una mientras traspasaba el umbral del lugar.
Lo primero que te sorprende de SKC es el agudo contraste que establece con lo que conocemos (y cuestionamos) de la Habana Nocturna. No es un producto estandarizado para el consumo del turista internacional, como algún otro en la zona, es, si algo es, auténticamente cubano, jovial, informal, cargado a ratos, enfermo de infinitas nostalgias, evocador y moderno todo en un mismo coctel.
Y esa fue la ojeada inicial.
La decoración colegia impresos de época, pinturas y artefactos diversos: radios, grabadoras y otros entes tecnológicamente descontinuados, pero cuyo valor estético tributa a la generación de un ambiente que es coherente, armónico y en general muy atractivo.
Si descontamos la cocina, SKC es básicamente una sola pieza de puntal alto con la barra del bar como eje. Solo un par de mesas comparten el espacio central con un rincón destinado a grupos más grandes. En ambos extremos de la habitación hay entrepisos: uno para los servicios sanitarios y el otro para un reservado.
Fue a este precisamente adonde nos condujo la muchacha en jeans y camiseta que nos acogió a mi novia y a mí (primeros en llegar al evento, como es natural, pero no común) tras identificarnos como los poseedores de la reservación.
Este mezzanine, invisible para el resto del salón, es apenas el espacio circunscrito por una banca larga adosada al perímetro que rodea a un grupo de mesas de centro. Eso y una veintena (cálculo conservador) de cojines bastan.
Nos trajeron el menú de tragos (las tapas y platos del día estaban en una pizarra en la pared al otro lado de la habitación), una placa de auto (emitida en Toronto por lo que pude ver) que servía de soporte a una hoja de nylon transparente impresa en letras color vino.
Acá tengo que hacerle una confesión, amigo lector, le he robado una reseña. Dos semanas justas antes habíamos protagonizado un incoherente periplo por lugares dispares y con resultados sorprendentes del cual nunca lo pondré al tanto por motivos personales, pero que culminó precisamente en SKC.
Y dos semanas antes (¡Oh... aquellos bellos y buenos tiempos!) la cerveza y algunos tragos eran al menos, 25 centavos más baratos.
No me mire a mí. Yo no sé lo que pasó. No tengo idea de si se trata de la Carta Especial para Grupos y Turistas Incautos (CEGTI), si tuvieron una epifanía en el ínterin que les ordenaba subir los precios o si este incremento es otro resultado colateral de mi personalidad magnética (que ya nos ha metido en problemas en el pasado).
Nada, dejémoslo ahí.
De cualquier manera, pedimos un par de cervezas, el inevitable Cubanito de mi novia y una ración de brusquetas. La tapa era generosa: 6 piezas de baguette montado con buen queso, tomate picado, albahaca; el cubanito picante y correctamente dosificado, y la cerveza fría.
El ambiente comenzó a crecer y los invitados, como era previsible, a multiplicarse, amparados en el número pedimos más cervezas, un daiquirí. Se agotaron los recipientes justo cuando alguien solicitó una sangría (de excelente factura y con pedazos de fruta flotando en sus misteriosas aguas) la cual le fue servida en un vaso desechable, pecado donde los hubo considerando la pérdida de sabor pero sobre todo la sustracción de un par de onzas de producto. Es justo decir, sin embargo, que esa sangría por razón u olvido, no fue incluida en la cuenta.
Un punto a favor del lugarpor las brochetas: las pedimos de pollo y de cerdo. Cada plato traía dos pinchos con una deliciosa mezcla de puré de malanga y de calabaza adornado con perejil, que en materia de guarniciones, al menos hasta donde he visto, es una novedad bienvenida. Me encontré capturando los jugosos trozos de piña empapados en salsa que formaban parte de cada pincho entre las risas de la concurrencia que citaba a Pánfilo: "come, come naranja-piña".
En lo más álgido del encuentro comenzó a sonar un piano que sin orden ni mesura mezcló temas antológicos cubanos con"Set fire to the rain" de Adèle. En un glorioso momento, el dependiente, que hasta entonces había alternado con la chica en jeans trayéndonos bebidas y platos, se lanzó a cantar nada menos que "Summertime".
Yo no sé nada de música, dios me libre, pero estoy vivo y tengo corazón y un muy difícil precedente a superar con ese tema, pues solo lo había escuchado un millón de veces en las voces deJanice Joplin y de Lady Day. Les aseguro que Billie Holliday es de las que te quita las ganas de seguirla. Pero este chico no solo tenía osadía, sino una excelente voz y la cualidad de creérselo. Recorrió cada rincón del lugar interactuando con los clientes y convirtiendo toda la interpretación en un performance cabaretero que observamos fascinados desde nuestro improvisado balcón de teatro. De pie todos, con el aliento contenido y la sonrisa congelada.
Cuando terminó la ovación fue estruendosa.
No era para menos.
Interpretó un par de temas más, de esos cubanos universales, ya saben:"aunque tú, me has echa'o en el abandono"y sus clones. Gloriosa música de cubanos bebidos. Bendita Isla en peso...
Igual, al lugar aun le falta madurar algunos detalles. Por ejemplo, el servicio era impecable, pero no contaba con ese "manual de procedimientos para clientes cumpleañeros" que otros tienen tan bien concebido y la Novia se la tuvo que pasar sin otras felicidades que las que cantamos nosotros en la puerta.
Porque...Maldita Isla en peso... se quedaron sin agua en la cocina a la altura de la tercera ronda de tapas y las explicaciones de nuestra obviamente improvisada servidora, la chica de jeans y pelo corto, las cuales incluyeron una sarcástica apelación a si conocíamos algún chofer de pipas, no nos dejaron otra que abandonar el lugar por una cuestión de principios. ¿Sabes a quien le quedan bien los sarcasmos, nena? A Rowan Atkinson, pero no a ti.
Así que abandonamos aquel deshidratado pero altamente recomendable rincón de Centro Habana (incluido en mis favoritos en AlaMesa App) y nos fuimos a Café Tilín...Continuará
Por: Aleph
Alquimista, emborronador, revisionista y bebedor
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