Dos semanas atrás, dejamos nuestro recuento en la puerta de Sia Kará Café, de donde escapábamos azuzados por la carestía de agua.
Los entonces presentes, desenfundamos en masa nuestras varitas mágicas y conjuramos AlaMesa App (su amigo y guía electrónico en los más áridos rincones de la geografía nacional), dando rienda suelta a uno de esos caóticos ejercicios de la democracia propios de la toma de decisiones en el seno de un grupo de amigos pasados de copas. Ya saben... esos que comienzan con un buitre de Mowgli que le dice al otro "¿qué vamojasé?" y recibe por respuesta un "Nosé ¿que querejasé?"
El resultado fue, por supuesto, el común a todo ejercicio democrático de esta índole: se hizo lo que le dio la gana a las mujeres.
Y nos fuimos para Café Tilín.
Escribo esta croniquilla conflexiva porque gusto de compartir experiencias, porque AlaMesa es un proyecto de promoción de la cultura y el arte culinario cubanos y porque francamente no entiendo este lugar y quiero que ustedes me lo expliquen.
No es que esté mal... ¿eh? Pero como el mundo según Augusto Monterroso, es perfecto pero confuso.
Por lo que percibí en la penumbra matizada por los vapores del alcohol, se trata de una sola pieza más larga en el eje perpendicular a la fachada que colinda con la calle Galeano. Tiene un mezzanine en el que acampamos, con sofás en la parte delantera y mesas en el fondo, y al final un espacio para el DJ (junto al baño, hablando de adversas condiciones de trabajo y de labor sindical).
Lo que me trae patas arriba es el propósito: en principio se lo juzgaría lugar para sentarse y compartir, dada la cantidad de mobiliario empleado y sobre todo el que más de una mesa está pensada exclusivamente para dos. Sin embargo, los decibelios de la música, la naturaleza de esta, las pantallas gigantes y su contenido, conspiran todos contra esto. Así que es para bailar... o no, porque el exceso de muebles lo impide. Tiene una carta larga, pero no es para comer porque el ambiente excesivamente enérgico no inspira a ello y en general, buena parte de los que allí estábamos nos centramos en tapear, beber y gritarnos o susurrarnos frases cortas sorteando por encima o por debajo el ruido circundante.
Acoto que quien quiso bailar lo hizo pero solo fue ese feliz menos del 10% de la banda que suele encabezar mi novia.
Pedimos una cantidad de papas fritas suficiente para hacer feliz a Irlanda (no me miren con esa cara, ustedes harían lo mismo. ¿Cuándo fue la última vez que comieron papas fritas?) y alguna que otra tapa para acompañar y tenemos poca o ninguna queja de tales.
No pasó lo mismo con los ron collins, caipirinhas, daiquiris, cubanitos, screwdrivers que específicamente ordenamos y de los que nos trajeron copias chinas.
Aprovechamos el marco del presente escrito para elevar a la administración, sindicato y otros factores de tan respetable institución (Café Tilín, no la República Popular China), nuestra sincera preocupación ante el actuar despreocupado y francamente poco ético de alguno de sus cantineros. A este, nos permitimos preguntarle qué tan peluda cree que tenemos la garganta como para que pasase inadvertida la sustitución por aguardiente del ron en un ron collins. O en un daiquirí. O peor aun, la sustitución del vodka en un screwdriver. Si damas y caballeros del jurado... santerodriver.
La restauración tiene sus propias versiones de expresiones populares como "haz bien y no mires a quien" o "haz dulces tus palabras por si tienes que tragártelas" y en general no se puede juzgar a partir de un vistazo las posibles repercusiones de una pifia a la hora de ofrecer un servicio. Digo porque había en aquella habitación suficientes carnets de la Asociación Cubana de Cantineros como para que el asunto no pasase inadvertido y suficiente entusiasmo y conectividad como para que un rapto de furia vengadora en redes sociales y foros de asistencia al turista dejara mancillada por buen rato la reputación del lugar. Yo solo soy su agente del caos más cercano, estimado lector, ni el más grande, ni el peor.
Hasta donde sé,sin embargo, la cosa no rebasó el comentario cáustico. Y es que Café Tilín encajó de alguna manera con las tan diversas necesidades de quienes conformábamos una banda tan dispar, parte bailadores y parte no, parte abstemios y parte beodos, parte enamorados y parte corazones rotos.
Quizá sea ese abigarrado conjunto el segmento de mercado al que apunta tan enrevesado lugar.
Por: Aleph
Alquimista, emborronador, revisionista y bebedor
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