En mi memoria de la era A.C. (antes del coronavirus), Cafetalex siempre será esa terracita acogedora, de luces cálidas en la noche y sombras felices en los mediodías, llena de sillas y mesas dispuestas con calculado desorden, diseñado para proponer a los comensales que se relajasen, que no se tomasen en serio nada que no fuera de tomar… o de comer.
Nuevos tiempos y nuevas costumbres imperan por el momento y al menos la terraza la tendrás que poner tú, pero la comida – que siempre ha sido de lujo – esa la puedes pedir a domicilio.
Cafetalex sigue ofreciendo una cocina diáfana, honesta, directa: una visita a los platos clásicos de nuestra cocina, interpretados desde una perspectiva novedosa, fresca y sin pretensiones de más. Dicho así puede sonar abstracto así que lo simplificaré para la comprensión general: cocinan platos de toda la vida con técnicas y sabores que marcan una diferencia en el paladar.
Ese ha sido su plan maestro, confesado desde el principio: una comida de siempre que sabe cómo nunca. Y funciona: costillas de cerdo caramelizadas, camarones al gusto, filetes de pescado, paellas de mar y de tierra y de mar y tierra. Un pedacito para todos los gustos.
Cuando pides de Cafetalex no puedes dejarte engañar por la simplicidad de la elaboración… está claro que has probado antes y en otro lugar buena parte de los platos propuestos, pero hay un arte detrás. Todo parte de un obvio dominio de las técnicas culinarias tradicionales sobre el que se coloca una innovación fundamentada en el conocimiento de ingredientes y técnicas diversas que convierten a la elaboración en algo a la vez cercano y totalmente diferente.
La única analogía que puedo exprimir fuera de mi mente proviene del jazz, en donde un virtuoso toma un tema clásico (de Lecuona, pongamos…) y lo convierte en una pieza nueva, moderna, pero que a la vez podemos tararear.
Es para las ocasiones: para dotar de luz a la modorra de una tarde de domingo, para hacer que el sábado de cuarentena se parezca más a un sábado, para pequeñas ocasiones hechas grande.
Tiene sus sombras, como todo: lo malo es que -cómo sucede con varios de los lugares que hoy ofrecen entrega a domicilio- no cuentan con una carta estable de bebidas. ¿Qué se le va a hacer?
Lo bueno que tiene es que rinde un tributo permanente a los gustos y preferencias del cubano, de tal forma que si al pedir para toda la casa, te encuentras con ese miembro de núcleo familiar que no está de humor para experimentaciones culinarias, siempre le puedes pedir una pizza “de toda la vida” (tal cual reza en el menú).
También oportunas son las opciones pre-elaboradas: croquetas, hamburguesas, empanadas y bolitas, entregadas a una sartén de distancia del deleite.
Lo que queda claro, sin embargo, es que una vez mudada esa terraza hacia los predios de nuestra inventiva e imaginación, la primera visita no será, por mucho, la última.