Me pidieron que escribiera un publi, un texto promocional que ensalzara las mejores cualidades del sitio en cuestión de una manera desapasionada, sin implicaciones del yo y sin historias. Quien te habla no sirve para eso y lo sabes. Así que mejor será que te diga simplemente lo que sé.
Si acordamos eso, no me preguntes por qué se llama paZillo, así, con licencia poética aplicada al campo de la ortografía. No me preguntes porque, de inicio, para mí también está claro que un pasillo no es.
Pero sobre todo, no me preguntes porque siempre sucede algo que me hace olvidar la indagación eternamente pendiente. Siempre soy interceptado por los brazos de viejos conocidos, siempre soy tentado por alguna mezcla fuera de carta, siempre soy seducido por el ambiente.
Te digo mejor lo que es: paZillo es una casa, o mejor, la casa. Recinto de inicios del siglo XX transformado a profundidad para el propósito supremo del entretenimiento ligero. Puertas deslizantes de acero y cristal, barras de bar, banquetas altas, cojines dispuestos con calculada displicencia para generar el aire bohemio que tan bien marida con las noches de amigos.
Miércoles de colores, presentaciones en vivo los fines de semana, jueves de mojitos “a caña” – si es que entiendes el cubanismo – viernes de chill. Un sol metafórico se niega a ponerse sobre ese ambiente de “fiesta universitaria con recursos” del que solo un puñado de lugares en esta ciudad puede presumir.
Yo voy a paZillo, y lo hago más a menudo de lo que mis huesos deberían juzgar conveniente, de lo que le confesaría a mi madre. Voy tan a menudo que si caes por ahí hasta es posible que me encuentres.
No lo hago ni siquiera por el ambiente, vacío también me sirve. Voy por una serie de razones muy objetivas que puedo listarte sin despeinarme.
Para empezar la gente, que le devuelve la alegría de ser al más atribulado.
Luego una carta de cocteles de autor siempre cambiante, para todos los humores, para combatir todas las penas con éxito. Para levantar ánimos, insuflar esperanzas, para compartir secretos, para hermanar o enamorar según sea el caso.
Haga como yo, busque un cojín y pídase un Pancho Seco – tequila, extracto de jarabe de jengibre y limón – y sígale a lo corriente a lo que Pancho determine.
Y está la comida “chatarra”, parte de un plan malévolo que toma bien en cuenta nuestros instintos cuando bebemos. Cuando nos pasamos de copas ese interior croquetero de todos nosotros sobrepasa a cualquier barniz gourmet que la cultura nos haya impuesto. 2 croquetones, por favor, de jamón. Hamburguesas a armarse como un lego, con cerdo, pollo, cordero y más y una paleta de agregos a elegir. Pollo frito y los que considero los mejores Nuggets de esta ciudad. Fácil. Bebe primero, Nuggets después.
Por último, el milagro, la singularidad, lo propio y único de este lugar: los rones arreglados. Tome usted una botella de ron blanco y añádale combinaciones de sabores naturales. Reúna la paciencia para dejar que dichos sabores se embeban en el preciado líquido, para que la oscuridad y los días hagan su trabajo atando el frescor de la fruta madura, la riqueza polícroma de las especias, los sedosos aromas herbales y hasta la robustez de algún marisco, con el ríspido acento del ron joven. Hágalo, repito, que al terminar tal cosecha, apareceré, convocado como un mal duende.
El acto de seleccionar de entre tales licores – dicen que en algunos momentos la cuenta de los sabores en esos anaqueles supera bien los 30 – una decena, alinear vasos mínimos de cristal sobre una tabla de madera y servirlos combinando mamoncillo, piña, camarón, picante, ese acto invoca en el más tranquilo de nosotros al pirata que llevamos dentro.
Por eso al servir los cantineros no temen que se derrame, porque hay algo de ritual pagano en todo eso, algo de invocación de las fuerzas casi sobrenaturales que habitan el alma humana.
Así que si, como a cualquiera y a todos y al más pinto, le llega a usted el tiempo de la proverbial noche de piratas, acá le irá barco y tripulación, pólvora y canción de desafío, ración y rancho y un rincón donde tender su hamaca de grumete. Puede también que obre la casualidad y que entre libaciones que hacen balancearse a la cubierta, logres entreverme en algún rincón de la popa.