Mucho ha llovido desde la última vez que tú (lector) y yo hicimos esto: compartir hoja mediante las mínimas aventuras que vivo en restaurantes de esta ciudad.
Te diría que el lapso es resultado de que no he encontrado nada que merezca nuestra atención, pero te mentiría. Lo cierto es que cosas buenas han pasado, pero no he tenido valor de informarte. Sucede que la M, en su sultánica majestad, decidió formalmente no acompañarme más en estas expediciones. Para hacer la historia breve, esa fue la resaca de un profundo y casi físico debate sobre la utilización del Angostura en el Mojito y del cilantro en los frijoles negros.
Cuando ya no pude más de esta abstinencia de palabras me decidí a apelar a la A. ¿Tú te acuerdas de ella? Heroína suplente part time y amante desordenada de los postres que combinan chocolate con maní. Todo un riesgo en miniatura y con vestido corto, personita feliz tiempo completo.
La A., bajo presión, accedió a hacer la voluntad de los muchos que en el equipo de AlaMesa me empujaban de manera sutil, pero sobre todo (y es que son muy buenos en ello) de manera poco sutil a irme a Beirut Shawarma.
Beirut es uno de esos lugares fast food, modernos, pero con mucho estilo. No es solo la comida, sino los detalles aportados por una administración que obviamente sabe de primera mano de lo que habla cuando dice "libanés". No se diga más.
El servicio fue atento hasta el coma diabético. Excesivamente dulce está bien, sin embargo, en esta Habana y con este clima. No son muchos los lugares de los que se puede decir que se pasan de amables, así que sigue siendo una sorpresa agradable.
Aprovecho para consignar un detalle sobre la A: es por naturaleza reacia a probar cosas nuevas. Dale costillas con cerveza y vivirá feliz el resto de sus días, obesa como una albóndiga, pero feliz. Su arsenal de comentarios mordaces diseñados para librarse de experimentar, sin embargo, es infinito en su creatividad.
Así que aproveché una de sus idas al baño y ordené el combo Beirut a guisa de entrante. Se trata de un recorrido por lo que la casa ofrece en materia de primeros platos e incluye falafel, kebbe, baba ghannouj, shawarma de pollo y vegetales.
Si como a mí, la mitad de eso te suena extraterrestre, te lo explico jugada por jugada.
El falafel es una croqueta de garbanzos y especias que suele servirse en una salsa de pasta de ajonjolí, ajo y limón. El acabado real es más cercano al de las frituritas de malanga y sé de antemano que la descripción no es particularmente atractiva pero las especias... las especias querido lector, son como el estilo en la literatura de José Saramago: la historia puede ser trivial, pero la pluma del poeta la convierte en arte.
Asume eso en cada una de las cosas que te referiré de ahora en lo adelante.
El kebbe es el plato nacional del Líbano, una suerte de empanada de trigo tostado y especiado (llamado bulgur) y carne de cordero. Una visita posterior a una amiga de origen libanés lo arruinó para mí. Ella refería cómo su abuela negociaba con el carnicero la calidad del cordero para asegurarse que fuera bien tierno y deslizaba hojas de menta en el molino en el que la carne era macerada. Si solo comiéramos de la excelente factura de nuestras abuelas no habría necesidad de restaurantes. Yo me quedaría sin trabajo y tú sin historias.
El baba ganoush (servido en ración nunca suficiente) es una pasta de berenjena (te sugiero que quites esa mueca o te vas a sentir muy tonto cuando lo pruebes) con salsa de ajonjolí y especias. Se come normalmente con pan pita pero tal cual la hacen en el Beirut, igual usas los dedos.
Pedimos una ración extra de falafel solo porque podíamos y nos fuimos a los platos fuertes. Ahí repetí la dosis (mínima en el combo) de shawarma de pollo. El shawarma es un método de preparación de la carne de cordero, pollo o res que comparten las cocinas desde Estambul a Tel Aviv. La carne cortada en láminas finas se coloca en un asador vertical y luego se corta en tiras que se sirven en pan pita o con arroz y vegetales.
Eso y un shish taouk, una brocheta doble de cordero y pollo con salsa de ajo. No me creas a mí que solo tuve una tangencial interacción con tal delicia: la A., amén de un tercio de mi shawarma, devoró brocheta y media con un entusiasmo rayando en el pecado.
Entre plato y plato, atendíamos una curada selección de videos musicales del Levante, mientras elaborábamos hipótesis sobre quienes serían los equivalentes iberoamericanos de los artistas en cuestión. Ante nosotros desfilaron los émulos árabe-parlantes de Alain Daniel, Jean Carlos Canela, Miguel Bosé... Yo sé que te estás preguntando... ¿y Maluma? Bueno, a ese se le daban un aire todos los dependientes así que quizás hubiera resultado redundante.
A la altura del cierre de nuestra visita ya andábamos ahítos (como siempre), pero los postres del Beirut son como la gambeta de Johan Cruyff, uno solo pero más que suficiente. El baklava de esa noche era una masa de hojaldre enrollada y rellena de una pasta de pistachos y bañada con un toque de salsa de menta.
Es tan bueno, tan condenadamente bueno que el dependiente que nos lo recomendó necesitó un minuto para poder pasar con dignidad a través de sus emociones al recordarlo. Es erógena, obscenamente delicioso, como algunos pasajes del "Lost girls" de Alan Moore. Es la versión en repostería de la mitad de lo que escribiera Anaïs Nin. Comerlo produce el mismo efecto intoxicante que aquel jonrón le generó a Ariel Pestano. No te digo más, lector, déjame tranquilo, quiero saborear ese baklava de nuevo en mi imaginación.