De su amor no se habla con ternura porque donde la centella y el fuego se unen solo viven el estruendo y el desastre. Su historia, que comenzó con un crimen, un robo, está matizada por la violencia y el carácter fuerte de dos Orishas pero, sin dudas, sus patakíes están tan entrelazados que resulta imposible hablar de uno de ellos sin mencionar irremediablemente a su pareja.
Oyá y Shangó se unieron para siempre el día en que este dios bravo le robó el corazón a la mujer de Oggún, por quien toda la vida sintió una profunda enemistad. En lo adelante, Oyá lo acompañó en cada batalla e incluso se sabe que muchas victorias fueron en realidad de la dueña del rayo y la tormenta.
Dicen que esta deidad Yoruba tiene una personalidad impetuosa y que ama la guerra tanto como su belicoso marido. Asimismo, sus hijos e hijas comparten un carácter temperamental y poderoso, aunque poseen en común un amplio sentido de la fidelidad.
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Con esa misma fidelidad y colmados de devoción se afanan por alegrar el espíritu de su madre con los addimús y sacrificios que más la complacen, entre los que no pueden faltar la chiva negra, la paloma y la gallina de Guinea. Por el contrario, desde que Shangó se molestó por una indiscreción de la diosa y esta tuvo que calmarlo dándole de comer a su abó, como se nombra en lengua Yoruba el carnero, le tiene prohibido a sus hijos que le ofrenden este animal.
Entre todas las verduras prefiere la berenjena y entre las numerosas variantes que se conocen para prepararla, la diosa siente una especial predilección por la que se cocina al carbón. La sencilla receta consta de pocos pasos: apenas, cortar la berenjena en tiras, adobarla con aceite, sal, vinagre y orégano y finalmente asarla en una parrilla sobre brasas.
Con Shangó no solo comparte batallas, sino también palos del monte que se usan en trabajos religiosos e infusiones para aliviar diferentes malestares. Juntos poseen el geranio, que tomado con vino seco alivia los dolores de ovario, y con toronjil es bueno para los nervios y el corazón.
La pareja es dueña de la varía o baría, de la cual se emplean las hojas para una infusión que purifica la sangre, mientras que el mejunje de sus flores y raíces, mezclado con miel, marpacífico y bejuco caraguala, detiene los catarros y cura de las afonías.
Uno de los palos que no comparten es el de la palma, contra el que la diosa muerta de celos dirige centellas cada vez que hay tormentas, porque descubrió que Shangó usaba su penacho para comunicarse con aquellas mujeres con las que mantenía algún amorío secreto.
Dicen que Oyá vive en las puertas de los cementerios, hasta donde acompaña a los espíritus de los muertos aunque, en realidad, es más frecuente encontrarla libre, domando los vientos más potentes y con la mano cargada de rayos para luchar junto a su esposo Shangó.
Ilustraciones: Orishas’Collection cortesía Lisse Leivas