Cuando Olofi cayó un día en cama gravemente enfermo, solo el pequeño Elegguá supo devolverle la salud y la fuerza. Agradecido, el creador del mundo le dio un beneficio muy especial: en el futuro, comería de primero en todas las ceremonias religiosas, incluso antes que el poderoso Obbatalá.
Por esa razón, no importa la fecha que se celebre o la deidad a la que se le oficie el sacrificio, antes de alimentar al resto de los Orishas hay que pasar por detrás de la puerta, donde suele colocarse el Elegguá de la casa, y agradarlo con un gallo, un pollo negro o pollitos pequeños.
Ningún ritual será exitoso si antes no se contenta a este dios de aspecto aniñado, que tiene el poder para cerrar y abrir los caminos, quien puede ser tan bondadoso como terrible, y que tiene también el permiso de Olofi para hacer todas las trastadas necesarias sin que lo castiguen por ningún mal cometido a causa de su carácter infantil y revoltoso.
Afortunadamente, es tan comelón que no es difícil complacerlo y los cuidados constantes que exige son en realidad simples.
Al mensajero de Olofi, como también se le conoce, hay que atenderlo todos los lunes y los días 3 de cada mes, en un sencillo ritual que comienza con la pulverización de aguardiente y el consumo de un tabaco que se esparce en bocanadas de humo sobre la piedra del santo.
Después de este proceso de limpieza, se colocan pequeños trozos de jutía asada, croquetas de frijol caritas, maíz tostado, pedazos de coco y todo tipo de chucherías que el Orisha niño siempre agradece y disfruta.
Sus hijos sugieren que es importante hablarle al Elegguá mientras se pone la comida, no solo con frases como el saludo en lucumí: “Alá el elé cupaché agó meco”, que sirven para afamarlo y saludarlo; sino que además, es útil mencionarle los alimentos que se le ofrendan para que la deidad sepa lo que va a comer.
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Las historias que vinculan a Elegguá con la comida son numerosas y algunas de ellas dan fe de lo importante que es tenerlo contento, como esa en la que Oshún, Yemayá y Obbatalá lo nombraron guardián de su casa pero olvidaron compartir con él los animales y regalos que le dejaban los consultantes por sus adivinaciones.
Molesto por el olvido de las divinidades, el famélico cuidador comenzó a decir que estas no se encontraban y así, en lugar de los visitantes, las que entraban a la casa eran la desgracia y la hambruna. Cuando se percataron de su error, le pidieron disculpas y accedieron a compartir cada ofrenda, de tal manera, que esa noche el lugar se llenó de pollos y gallinas para felicidad de todos.
Es sabido que al Orisha lo complacen recetas como la sopa de quimbombó, el pilón de plátanos verdes y carne de puerco, y un buen trago de sambumbia, que se obtiene de fermentar agua con ají y melao de caña, a la que se le puede añadir, además, vino seco y pimienta de guinea para darle un sabor más fuerte y distintivo.
Aun cuando está satisfecho, es difícil saber si Elegguá se inclinará por el bien o por la broma. En cualquier caso, es mejor agasajarlo para que muestre lo menos posible su carácter cruel y vengativo y para que proteja siempre el hogar de los malos espíritus que atormentan a los hombres y mujeres de este mundo.
Ilustraciones: Orishas’Collection cortesía Lisse Leivas