En un episodio anterior comprendimos que la música cubana entra por la cocina (al igual que el amor, las vecinas curiosas y los ladrones de ocasión). Y es que no hemos podido desprendernos de esa esencia identitaria, esa incomprensible obsesión nacional, necesidad de hacer partícipe al mundo de las maravillas de nuestra tierra; platos, recetas legendarias y golosinas increíbles.
La gastronomía cubana bien supo aliarse al humor y juntos, lograron imprimirle a nuestra música un rasgo profundamente identitario, asociadas al choteo criollo y creando composiciones trascendentales. Y es que nadie anda solo en esta vida. No se puede, no se debe. Y si con alguien debes andar, al menos que te haga reír.
A propósito de compañías, el erotismo callejero y la cocina han sido los responsables de que cuanta potencial cocinera con gracejo al andar, sea recordada por el personal masculino de nuestra nación. “Si cocinas como caminas”, una rumba de Gonzalo Asencio, reza: Si cocinas como caminas, tú verás. Si cocinas como caminas, soy campeón, así le dije un día, por allá abajo, cuando venía del trabajo, porque me gustó su caminar.
Pero ahí no terminó la cosa, el cubano macho cabrío con 300 años de estigmas tenía que ser más directo, más goloso, tanto que aprovechó la canción para hacerle saber a las mujeres, que el amor de hombre (ergo, la gula) está por encima incluso de la capacidades culinarias de las féminas. ¡Y para que luego no digan que los hombres no! Entonces se hizo popular aquello de la raspita. Sí, solamente los cubanos pueden convertir en lírica el exceso rostizado de un plato. Este ejemplo también podría tomarse como un precedente del reggaetón, pero mejor no entremos por esa puerta… aún.
Frutas, qué deliciosas son, como labios de mujer…
El pregón también apareció llevando la publicidad a las puertas de las amas de casa y la música engrandeció el concepto. Uno de los más antiguos pregones contó con el maestro Ernesto Lecuona y letra de Gustavo Sánchez Galarraga: "Yo llevo piñas sabrosas, y con doradas conchitas, esas piñas yo las llevo, para las niñas bonitas. También llevo calabazas, con otros frutos mezclados: esas no son pa´ las niñas, son pa´ sus enamoraos".
El pregonero no solo trae maní para la caserita que no debe acostarse sin probar el cucurucho. También trae orgullo oriental: “Santiago de Cuba tiene por orgullo y tradición”, la harina de maíz criolla, el mango ´e bizcochuelo, etc. “Casera tráeme la olla... arrímate a la carreta... pa’ que veas los mangos, el mamey, el marañón y el mamoncillo”. Este tipo de composiciones populares, que lamentablemente han quedado como piezas musicales arqueológicas, fueron en el pasado siglo la mayor conexión del sabor musical con la comida.
Otro ejemplo es “El Dulcerito”, de Florencio Hernández. Este pregón es especial, porque lleva la letra de la voz del comprador que, ansioso se acerca al vendedor. “El dulcerito llegó y yo le voy a comprar la panetela borracha y el sabroso cusubé, el coco acaramelado como le gusta a usted.” Pero tanto dulce no limita al cubano a una suerte de poeta romántico, flemático y contenido. El cubano siempre regresa a las cavernas, a la naturaleza humana, divina y sexual. En “Quimbombó que resbala”, la alusión fálica representada en la yuca convierte al quimbombó en un lubricante excepcional que se desliza hasta el final por la vía tangencial del “sabor”. Una antigua grabación de esa guaracha (1998) deja escuchar en un momento a Pío Leyva gritando algo que no se sabe a ciencia cierta si es una alerta ante un peligro inminente o una oferta apetecible: “¡Esa yuca está que revienta!”, nos advierte, dejándonos con la duda: cómo es eso que revienta, si acaba de decirme que estaba riquísima gracias a los resbalones que otorga el quimbombó. ¿Está riquísima para él o para la “mamacita” a la que dirige su tonada? Y allí no termina la cosa, sino que decide exacerbar emociones y sentencia: “Oye, qué rico el quimbombó si tú no lo comes, lo como yo a ti te gusta resbaloso... ¡y resbaloso yo lo gozo!”
Claro, es muy fácil entonces ponerle la etiqueta de "malpensa'o" al pobre Faustino Oramas (El Guayabero) por decir “En la finca de don Goyo, le metieron a Dominga, una cabeza de pollo, en medio de un pan con timba”. Pero nos toca a nosotros dejar claro que no, que la mente golosa y musical empezó mucho antes. Pero por ahora dejemos el tema. Al querido y poético Guayabero le dedicaremos un próximo trabajo. Está claro que a él le encantaba comer.