Salen camino a San Antonio y entran durante el día en la Jurisdicción de Guantánamo. En el trayecto se derriba una palma para coger una colmena que en ella se encontraba. La colmena está seca y llena de larvas que Gómez manda a exprimir en miel, formando lo que Martí llamara «leche de miel», la cual encomia. Almuerzan boniato, cerdo asado y casabe aportado por un campesino de la zona, quien además les ofrece para la comida tasajo de vaca y plátanos y los provee de viandas frescas.
Una nota en el diario de campaña de Máximo Gómez fechada en este día llama la atención: «Martí, al que suponíamos más débil por lo poco acostumbrado a las fatigas de estas marchas, sigue fuerte y sin miedo». La cual es consistente con entrada similar fechada una semana antes, el 14 del mismo mes: «Nos admiramos, los viejos guerreros acostumbrados a estas rudezas, de la resistencia de Martí —que nos acompaña sin flojeras de ninguna especie, por estas escarpadísimas montañas».
Incluso para alguien que lo conocía tan de cerca como Gómez, era motivo de asombro la capacidad de Martí de mantener el paso de una marcha que exigía sobremanera, en las condiciones de inseguridad e irregularidad alimentaria impuestas por los rigores de la campaña. Mucho más, tratándose de una persona aquejada de una condición de salud resentida por su paso, a edad temprana, por el presidio.
El epistolario, una y otra vez, nos refiere a un Martí para quien el estar ahí, compartiendo la suerte de los hombres a quienes inspiró y cuyos esfuerzos logró aunar en un haz, era un asunto de honor.
O más aun, y es importante la sutileza, que el no estar ahí sería motivo de vergüenza.
La fuerza de voluntad de José Martí, motivada por su necesidad de probarse a sí mismo, puede haber sido el factor que compensaba físico y entrenamiento a la hora de enfrentar tales circunstancias.