¿Te he hablado de la L., (des)leal secuaz y asesora rentada de estas croniquillas? Es una pregunta retórica... si lees de un tirón todo lo que colgamos en la etiqueta "Lugares" en el blog, a estas alturas la conoces mejor que yo y hasta has acariciado (confiesa) la idea de adoptarla como musa part time de tu propia aventura.
Al respecto, te otorgo la libertad de hacer tu jugada a placer, pero advierto: come desesperantemente despacio, nunca ha llegado en hora a ninguna parte y es la feliz propietaria de una irresponsabilidad financiera que debería tener su propia columna en el Wall Street Journal.
¿Virtudes? ¡Mil! Es más, estamos en la semana del Día Internacional de la Mujer (felicidades para ese bello 66% del total de lectores de AlaMesa), así que dejémoslo en 1500.
Una de mis preferidas es su talento para la enseñanza. Sus "niños" (entre 19 y 25 años, para estar claros) son millenials de pura raza (de los que coges por la parte de atrás del cuello y no chillan) y una de las estratagemas que convierten a la L., en su profe preferida es su capacidad para lanzarse de cabeza dentro de la maraña de sus códigos culturales. Doramas inclusive.
Este preámbulo es para explicar la raíz última de su interés en visitar Club Su Miramar. Más allá de su pasión por los electrodomésticos y terminales telefónicos y por los audiovisuales seriados de cultura para las masas de factura coreana, llamaba su atención un aspecto de la cultura de esos lares con el que no había tenido contacto, y por supuesto el sano deseo de presumir.
Así que por allá aterrizamos un viernes cualquiera. Si leíste la entrada anterior imaginas que aprendimos de nuestros errores y no solo reservamos con antelación, sino que arribamos en el horario que antecede al de la cena.
Club Su es moderno, radiante, balanceado y produce desde la entrada una sensación de tranquilidad bienhechora. La casa, que para los clientes se ha reducido a dos espacios reservados, cede en protagonismo ante el patio decorado en un estilo que mezcla lo utilitario y mínimo con lo natural, en una estética con claras referencias orientales. El resultado parece escapado de una postal.
Fuimos sin plan y (me apena decirlo) sin tareas hechas ni idea de lo que nos esperaba. No sospechábamos siquiera qué vocal y bocadillo rimaba con cual consonante y bebida. O viceversa.
Pedimos un par de limonadas clarete de aperitivo y esperamos a que bajara la luz en el patio para buscar mesa en el interior.
Ya puestos, ordenamos como entrantes el y la terrina de pollo. Porque sí. El primero es una omelet de mariscos y vegetales servida con una salsa de soya y vinagre balsámico. El segundo un pastel frío de pollo y cebolla al que acompañaba una pasta a base de mayonesa, salsa de soya, especias y azúcar. Ciertos restaurantes, como ciertas novelas, no esperan al final para entregar las mejores emociones, sino que cargan la mano en los preliminares y este fue el caso. La terrina y su aderezo se llevaron por mucho las palmas.
Yo había visto hasta el cansancio el video de la barbacoa coreana, así que opté por el Bulgogui, la L., del otro lado de la mesa, se ordenó un Che Yuk Bok Um solo porque podía y porque le gustó la cadencia del nombre aunque no estuviera en capacidad de repetirlo. Cerdo picante macerado con ajo y cebolla, para nosotros los legos. Nótese que "picante" está escrito con minúsculas, pues reservo la mayúscula para el Kimchi, platillo que la L., se sacó de sus amados doramas y que es la mezcla entre un incendio forestal (así se sentía en el paladar) y una ración generosa de col china (que es algo parecido a una acelga que ha crecido escuchando música de Ramones y de Sex Pistols).
Cucharadas aparte, el servicio estaba algo descolocado. Nuestra dependienta no parecía dominar del todo la carta y esta nota sería mucho menos condescendiente si no fuese por la atinada intervención de un barman enterado de cada detalle y animado - a juzgar por el gesto concentrado y eficaz con el que componía sus mezclas - de esa pasión que tanto celebramos siempre.
Los postres - y lemon pie - fueron lo más débil de una comida en todo lo demás deliciosa y para nosotros, además, cargada de novedades.
Si me preguntas por la talla de cuenta que usa este restaurante (detalle sobre el que sabes que no me gusta abundar), me iría por un XL que le queda cómodo. No se nos salieron los ojos de las cuencas al llegar el recibo, pero automáticamente colocamos a Club Su en la grama alta o, como la llamamos nosotros: la sección de graduaciones, bodas y grandes remontadas del Fútbol Club Barcelona.
Afortunadamente para la L. - y para Club Su - graduaciones, bodas y (en menor medida) actuaciones excepcionales del FCB, son eventos que predecimos no faltarán en la enjundiosa vida de la pandilla de milennials que acude a sus clases.