Semanas atrás presentamos al Guajiro de El Crucero en nuestro boletín con la seguridad de que iría invadienado de a poco nuestros espacios. Ahora vuelve a por sus travesuras culinarias. Cabe aclarar que es este un texto de ficción escrito con el ánimo y la intención de impactar al lector y no un llamamiento a la agresión contra la fauna salvaje de la que AlaMesa siempre ha sido total defensora. O dicho en otras palabras: ningún animal resultó herido durante la redacción del presente escrito.
Con el único propósito de levantar ronchas y provocar malestar entre los nuevos mesías del glamour culinario cubano, me dispongo a escribir esta columna, y en aras de mantener las cuentas claras advierto que las recetas que desclasificaré aquí son rotundas y sabrosamente heréticas, no aptas para paladares bitongos y estómagos amaestrados por la dieta ñoña de una madre sobreprotectora.
Así que tengan a mano las cazuelas y los fuegos que pretendo introducirlos en el sueño goloso del cemí, en el pecado capital de la hartura, en la dieta del güije, en el exceso patriótico de la manteca.
Receta
El placer que reporta morder la ternura de un pichón, me ha impelido a insospechadas y bélicas reflexiones... "la abundancia de palomas imposibilita la paz, no está mal que nos comamos algunas".
Los colombófilos de Alamar me temen sobremanera. Con todos y cada uno de ellos he negociado rancios ejemplares mensajeros, o suculentos especímenes obesos que pago a precios disparatados, y aunque me tratan como si yo fuese un criminal o un antropófago, lo cierto es que tiendo a ser cruel a la hora de seleccionar los animalitos haciendo más hincapié en sus carnes que en su pedigrí, y caso omiso al natural encariñamiento de sus dueños. Aunque corto el vuelo de sus alas sin tortura, cuando compro una paloma ya la veo en su salsa, y es que la imagen bíblica de la paloma con su rama de olivo en el pico me conmueve hasta el paroxismo, pero me remito a Noé como defensor razonable de la frugalidad desde sus ignoradas recetas diluvianas concebidas todas en el arca y catalogadas como apócrifas.
Procúrese usted un tirapiedras de lujo y ensaye el tiro antes de la caza para no torturar al bicho... nunca cocine dos palomas al unísono.
Desplumada ya, y sin vísceras, ponga la paloma en adobo en una mezcla de pulpa de tamarindo y azúcar prieta por tres horas. Luego, en una cazuela pequeña, ponga una cucharadita de manteca de cerdo y selle bien la paloma hasta dorarla (se recomienda ternura y delicadeza en el proceso). Añada un dientecito de ajo pequeño sin machacar, dos granos de pimienta sin moler y una cebollita morada entera. Agregue una cucharada de aceite de oliva y un chorro generoso de vino moscatel. Póngalo todo a fuego lento por espacio de una hora y al cabo polvoree con nuez moscada... Si nota usted que se va secando la salsa... añada agua de lluvia según haga menester. La sal siempre dirá la última palabra. Se sirve con ñame hervido nadado con la salsa de tamarindo.
Nunca queda igual. Comparemos notas.
El mejor maridaje con el plato en cuestión es un ron caney tres años. Hasta más ver.