Mucha harina ha corrido entre los dedos del proverbial panadero (el que se levanta de madrugada a cocer el pan de los tontos) desde la última vez en que me regalé el traerte un escrito de estos.
Cambios, redefiniciones, propuestas, oportunidades. La vida... ¿sabes? AlaMesa pasó de ser un side effect en mi cotidianidad a beberse de un golpe y por buen rato, mi jornada completa. Afortunado yo...
Adaptaciones necesarias, como la de la vestimenta casual en la oficina (la cual, te digo, raya en la casualidad, el calamar con chocolate y el short pan con guayabera) y los horarios abiertos. Ciertas disciplinas, ya no impuestas, demoran en entrar en el sistema inmunológico del cubano promedio y mientras tanto la loma de trabajo amenaza con tragarte.
Pero al grano: como la L., estaba temporalmente fuera de la imagen, en el turisteo que la ha hecho mundialmente famosa, así que tuve que improvisar. Amiga y amor platónico de los que rompe platos, secuaz de horas difíciles, antagonista bien armada: La Acompañante (aka. La A.) se tomó el trabajo de ayudarme en las tareas domésticas de manera tan excepcional que mereció premio.
Así y no de otra manera terminamos en un restaurante de La Habana Vieja de cuyo nombre no me da la gana... el cual echó un vistazo entre lo curioso y lo cauto a nuestra pinta de estudiantes en bancarrota y nos condenó a un rincón perdido de su vacío establecimiento.
La A, digno ejemplar de la estirpe de Juana Bacallao y la Señorita Dayana dijo como Machado aparta de mi ese caliz o, más a la cubana: cogiendo el último y patrá', patrá', patrá', patrá'.
Y terminamos en 5 Esquinas Trattoria.
Del lugar, una de las esquinas del cuento... cuchillo histórico de la Habana Vieja, había recibido referencias contradictorias: su detractora afirmaba que (cito) lo bueno que tenía era el nombre. Este es sin duda uno de los comentarios más sutilmente tóxicos que he leído en sitios especializados. Sus defensores alababan los canelones de cangrejo y espinaca.
Polarizante y polémico entonces, me atreví a zanjar la discusión.
De inicio no es mucho, un salón mínimo de forma triangular con el vértice muy agudo de los cuchillos habaneros al que se le suman mesas en el exterior empedrado. Está decorado con sencillez y tiene asientos razonablemente amplios y cómodos.
Sabemos que los entusiastas de la cocina italiana tenemos esta (para mí recientemente adquirida) propensión a acumular felices libras en los rincones anatómicos más insospechados.
La disposición de las mesas indicaba que alguien había cursado una reservación familiar, dejando poco espacio. Para nosotros dos, el avispado dependiente no demoró en proponernos una mesa junto a la barra, pensada para acomodar a 5. El fantasma de Coppelia y su socialización forzada cruzó por mi mente, pero todo estuvo bien.
Pedimos de primeras unas focaccias muy crujientes a las que les faltaba nada más un toque más profundo de albahaca... suministros, suministros, suministros, pero la cocción estaba en su punto y el aceite de oliva y los condimentos compensaban.
Las acompañaron un daiquirí en mi opinión modesto en la dosis, si se lo compara con la sangría de la A., irresponsablemente grande al punto que la dama en cuestión, de dimensiones modestas bien podría haber tomado un baño en la copa de coñac en la que venía servida. Dos sangrías después, estaba lista para confesar el asesinato de Keneddy y el engaño a Roger Rabbit. Incluso estaba lista para afirmar que los había realizado a la vez, usando manos opuestas.
De principales pedimos una celebrada (y celebrable) pizza de charcutería para el caballero y una pizza de vegetales para la dama. A medio camino y cocción esta tuvo la fortuna de preguntar cuál era el espesor de las mismas, a lo que el dependiente, sacando pecho, contestó con orgullo que era el mismo de la focaccia.
La respuesta de la A, que no compartiré por seguridad personal, permanecerá grabada a fuego en los anales del trolleo en Internet. Baste decir que el dependiente, quien con sobrehumano esfuerzo encajó la cuchufleta, fue comandado para suspender esa marcha y sustituirla por un pescado en salsa verde.
Como Murphy escribe derecho con teclado torcido, este y el resto de la comida estuvieron brillantes: bien cocido y cargado de matices aun en la capa más profunda de la carne el pescado, crocante y surtida la deliciosa pizza.
Las dosis megalíticas de sangría hicieron el efecto debido en la conversación cargada de referencias. La Luna menguante asomada fue pretexto para que mi acompañante acuñara una de sus frases: esa es la Luna a la que hay que mirar cuando se está triste, porque te devuelve la sonrisa del gato de Cheshire.
Referencias culturales, invocaciones a Cher y Nicolas Cage, lecturas de Carroll y Asimov y una Habana que tomaba asiento quedamente del otro lado de la mesa. Lugarcito de regalo en un caja adornada con 5 esquinas.