Un evento, aun reciente ha incrementado de forma sustancial los superpoderes de la L., mi secuaz, quien, en el para nada extenso lapso de los próximos 3 meses, se convertirá nada menos que en Doctora en Ciencias del Turisteo.
Sí, amigo lector, eso existe. Lo de degustar piñas coladas al sol tumbado en una tumbona no es, al parecer, cosa de plug and play, sino que lleva su ciencia. Nosotros, meros mortales, lo tenemos como hobby, pero por ahí hay quien ha hecho carrera catando piscinas y degustando masajes en spas y hasta "Dr.C." hay que bordarle en las pantuflas esponjosas y en la bata de baño.
Y si tan encumbrada labor es lícita, es natural que la L. la realice.
Tras la exposición vino la fiesta, magistralmente orquestada por el abuelo de la L., Don Román (turista de vocación también, pero que nunca pudo ejercer). El viejo tiene sus manías, gustos y estándares, así que terminamos en La Flor de Loto.
Ponte los zapatos de nuevo, amigo lector, ya sé que has estado allí y para numerar las veces en que lo has hecho, no es necesario que cuentes con los dedos. De hecho admito que es esta una de las reseñas menos remuneradoras que pudiera pensar, referida a uno de los lugares más amplia y diversamente frecuentados de la ciudad.
Es un local atestado, un montón de las referencias asiáticas de rigor, un servicio que palea la avalancha con estoicismo pero sobre todo, sobre todo, es un montón de comida.
Tanta que 2 exploradores británicos se decidieron a recorrer mi filete de pescado a la Florida (con mantequilla y vegetales salteados) en 1892 para la National Geographics y no fue hasta 1898 que llegaron al borde del plato, siendo protagonistas en el lapso de peripecias dignas de Allan Quartermain.
Moby Dick era un goldfish al lado de aquello.
Ahí estaba yo, con mis 3 millas náuticas cuadradas de pescado en el medio de la mayor cena familiar que recuerdo. Deudos, amigos y parientes y hasta mi madre, confesa atea a la restauración.
Acá hago un aparte para contestar las dos preguntas que te vinieron a la mente: a) sí, tengo y no se transforma en mujer-loba los días en que viene el pollo por pescado a la bodega; b) no, no escribe sobre gastronomía, si mi madre escribiera este sería un oficio de riesgo nada más por su presencia porque te doy dato: de los dos yo soy el tierno y comprensivo.
Volviendo al tema, había dudas sobre si la extensión territorial de mi ración era cosa excepcional, pero fue pronto disipada por un bistec uruguayo del tamaño aproximado de Budapest y tantos camarones empanados como caben en la pesadilla de un ecólogo. Esa gente, allí, se dedica a extinguir especies.
Las raciones de pollo (mi madre pidió una) eran tan generosas que la Princesa de Meñique en la mesa de atrás, al ser servida exclamó: "esto es demasiado" y solicitó un termo-pad para llevar.
Por cierto, lector, ya sé lo que quiero ser cuando crezca (y madure) quiero ser el feliz mortal que vende termo-pads. De ese restaurante nadie se va sin su pequeño amiguito albino.
De la comida no me puedo quejar aunque lo intente, decente, sin pretensiones de más, a lo suyo que es llenar barrigas y pintar sonrisas, como la de Don Román y su sopa china, y su traguito bien servido, y su crème caramel flameado al final.
Al servicio asterisco, gente que sabe su oficio, conoce los platos y conecta con los clientes (chistes incluidos), discreto (todo lo discreto que se puede ser en aquel salón sobrecargado) y que calcula correctamente los tiempos. La propina extendida por el octogenario mecenas fue cabalmente ganada.
Horas después, mientras devorábamos lo que el termo-pad se llevó (un escuadrón de camarones empanados con apoyo logístico de vegetales salteados), le dábamos vueltas en la mente a las razones por las que ese lugar es tan popular. Por supuesto, está el gramaje, que siempre se agradece, pero más allá de ello, el truco yace en una propuesta en la que la armonía está en el centro, y nada roba protagonismo a la interacción, casi siempre profundamente emocional entre los comensales. Flor de Loto es, por sobre todas las cosas, algo a disfrutar en grande y entre muchos, un espacio para quienes desean celebrar el evento fortuito y maravilloso de tenerse unos a otros.