Escribir sobre restaurantes (o más bien sobre aventuras y desventuras vividas en ellos) requiere leer sobre restaurantes. O para ser más exactos, requiere documentarse sobre el evento que es ser comensal y encontrarse sentado cómodamente (bueno, no siempre) en la encrucijada entre arte y fisiología, entre música y arquitectura, entre conversación y decoración, entre esencia y apariencia, entre sabor y todo lo contrario.
La experiencia se alimenta de la experiencia: para escribir sobre lo vivido en uno de estos lugares, puede resultar útil lo que alguien más cuenta al respecto.
Por eso es común que merodee por el 2.0 de diversos sitios web en los que los usuarios vierten miel o hiel sobre el rincón de turno. Incluso AlaMesa... no soy ajeno a que nuestro sistema de comentarios requiere de una alta dosis de entusiasmo y compromiso por parte de quien se empeñe en publicar a través de él... y más trámites que una solicitud de visado. Estamos trabajando para mejorar eso.
Cuando exploro estos sitios, una suerte de predisposición morbosa me impulsa hacia los ratings más bajos. Trato de justificarla con aquello de que los comentarios negativos son más sustanciosos (cosa que es cierta, quien habla mal de otro requiere justificarse y eso implica más palabras) o con que quiero enterarme de qué es lo peor que puede pasar. Sin embargo, en lo profundo, sé que lo que realmente sucede es que ese pequeño cínico interior mío quiere salir a jugar con los otros niños.
Debo acotar, además, que esos comentarios, vistos por separado o juntos, nos dicen mucho sobre un lugar específico o sobre la totalidad.
Por ejemplo... ¿sabías que las faltas más comunes achacadas a los restaurantes en Cuba no tienen nada que ver con la comida? Los precios excesivos, la incapacidad para honrar las reservaciones y la impuntualidad en los horarios son dos de los males habituales (este último toda una sorpresa para mí que hasta ese momento nunca supe de un cubano impuntual). Todas ceden ante el campeón de esta lid: los malos modales del servicio.
La crítica ciudadana, democrática y amateur practicada en estos lares, sea cual sea el motivo, es catarsis pura y dura, alentada por la superioridad moral que provee el sentirnos víctimas. Su propósito, precisamente, es mitigar ese sentimiento y cada individuo requiere su carga muy particular de denuncia o ironía, de mordacidad o escatología. Este escrito, por tanto, no estaría completo sin proveerte de algunos ejemplos comentados de lo más florido. Los he despojado de referencias a quién, qué, dónde o cuándo, incluso he modificado términos en los textos para hacerlos resistentes a Google, pero trato de respetar la esencia.
El primero bien podría ser el reporte oficial de un intento, a medias exitoso, de asalto a mano armada perpetrado con Mojitos:
Solo llevábamos en La Habana algunas horas, tan cansados y con jet-lag que nos derrumbamos en este lugar que tenía una crítica razonable en nuestra guía. Creímos poder probar allí un poco de la verdadera cocina y la hospitalidad cubanas, así que permitimos que el dueño/administrador/dependiente sugiriera el menú para los 4. Comimos 4 platos fuertes con arroz y frijoles, 3 mojitos y una limonada. Nos cobraron 97 CUC. Me da vergüenza siquiera escribir esto, pero era lo primero que comprábamos en La Habana, así que no teníamos medidor. Incidentalmente, los mojitos eran imbebibles pues tenían tanto ron que era obvio que se trataba de una estratagema para ponernos tan "felices" que no pudiéramos quejarnos. Para colmo 2 de nosotros terminamos intoxicados.
Lo único positivo de un review como este es que quien lo escribe ha crecido para convertirse en una persona más sabia y 97 CUC más pobre.
Le sigue uno particularmente escatológico:
Solía visitar este lugar con bastante regularidad, pero llevé a un grupo de huéspedes allí e increíblemente había una cucaracha en uno de nuestros cócteles. Discretamente conversé con el personal y con firmeza les sugerí que la comida debía ser gratis. No aceptaron ningún argumento, lo más que podían hacer era cancelar el sobrecargo por servicio. No hay ni que decir que no pienso regresar.
La idea de un insecto en mi trago es espeluznante, el que ese insecto pueda ser una cucaracha eleva esa cualidad a niveles de horror indescriptible que solo pueden ser superados por la posibilidad de que, en lugar de tratarse de un cóctel caliente o enfriado con hielo, como el Mojito, estemos hablando de un cóctel batido como el daiquirí. Afortunadamente el heroico autor (me siento incapaz de hablar con mi sicólogo de una experiencia de esa índole, no ya compartirla con miles de internautas) guarda un casto silencio al respecto.
Les entrego un último, para más señas, escrito originalmente en francés:
Requiere ser bien turista para apreciar este lugar y disfrutarlo... calidad mediocre de la cocina si es que podemos llamarla "cocina". Un plato de verduras crudas (zanahorias ralladas, 2 hojas de lechuga, 3 rodajas de tomate sin salsa), una cucharada de camarones o albóndigas digna de un comedor popular y 4 piezas de pan, todo servido en un buen plato de barro, pero todo sin sabor, verdaderamente insípido. Además, el gerente del lugar es desagradable e incluso agresivo. Situado en un lugar muy cutre, durante la noche el turista que allí se aventura se arriesga a recibir una "sorpresa" en su camino de regreso al hotel. Lugar a evitar...
Esta crítica en particular me gusta porque viene a probar mucho de mí punto. De forma concienzuda, el anónimo escritor se venda los ojos y le da al establecimiento el mismo tratamiento que un mexicano a una piñata.
De conjunto estas críticas prueban que la catarsis es un móvil poderoso y que confrontado con la tecnología que le da voz, puede hacer tanto mal a la reputación como es posible y razonable en los extraños días que vivimos. Muestra también que no hay ya clientes pequeños y anónimos y que las faltas no serán ya fácilmente perdonadas por quien las sufre. Que quien dirige un restaurante debe maneja hasta el detalle toda la experiencia que propone a su cliente desde el oscuro inicio que es descubrimiento, hasta que este (satisfecho o catártico) regresa a su hogar para, sentado frente al ordenador, compartirnos sus percepciones.