Cerró Don Kfé. Es probable que no te suene, incluso, es posible que hayas pasado más de un anochecer sentado en alguna de sus mesitas de aluminio lacado dándole vueltas a un tenedor en el que se enrollaban los mejores espaguetti con salsa roja del barrio sin que su nombre quedara grabado en tu memoria. De seguro no quedó en la memoria de la L., mi secuaz, que solía referirse a él con elaboradas construcciones descriptivas como el-lugar-en-donde-comemos-los-espaguetti-ricos o el-lugar-donde-sirve-la-amiguita-de-nosotros-a-la-que-le-damos-spoilers-de-juego-de-tronos.
Nota al margen: si en algún momento tienen problemas para encontrar un dominio de internet original, les presto a la L., uno puede rentar www.ellugarendondecomemoslosespaguettiricos.com con una razonable dosis de seguridad en que ello no llevará a un conflicto de propiedad intelectual.
Lo que me sorprende del asunto, por sobre todas las cosas, es mi reacción: de veras me ha tocado a nivel emocional la desaparición de un negocio local que para la mayoría de los pasantes carecería de identidad o carácter, pero que para mí era una parte de lo más luminoso de mi cotidianidad.
Allí siempre pedíamos el postre primero: natilla de chocolate o vainilla servida en pozuelos plásticos de la era soviética y espolvoreada generosamente (sobre todo si era el turno de nuestra amiguita) con canela molida. A veces nos sentábamos fuera y alimentábamos a una permanente (e ilegal) corte de gatos callejeros bastante atrevidos (alguno terminó en una ocasión antihigiénicamente acomodado en mis rodillas).
La Habana, el país, la existencia humana está, si tenemos suerte, colmada de esta clase de lugares, más que una cafetería menos que un restaurante o un bar, a los que acudimos en las ocasiones menos especiales. En la mayoría de los casos (depende de nuestra propia economía) no son los más caros y no abundan en confort, glamour u oropeles superfluos. Más que a menudo solo tienen un truco, una habilidad, un arte, un plato y solo ese, que les sale bien... y no los saques de ahí, pero eso (y con suerte el buen trato y la familiaridad) bastan para convertirte en habitual.
Cada persona, merced de ámbito y posibilidades de diversa índole, atesora sus propios lugarcitos como Don Kfé, te lego algunos de los míos.
Primero en esta lista es Pachy's Pizza, un pasillo sospechoso por el costado de una larga casa en 17 entre 10 y 12 en el Vedado. En la punta que da a la calle venden las mejores pizzas de diez pesos de la ciudad (yo soy un experto). Hay algo extremadamente ilegal en la salsa de pimientos (seamos realistas, me sorpendería que muchos tomates hubieran estado involucrados en la confección de esa salsa de tomate), albahaca o perejil, difícil dilucidar. El hecho de añadir albahaca o perejil a la salsa de pizzas de diez pesos debería ser considerado "competencia desleal".
En la otra punta del pasillo tienen esta habitación con banquetas particularmente incómodas. El techo es tan bajo que si lo miras con el rabillo del ojo te parecerá que está descendiendo para aplastarte, como en un film de George Lucas.
Allí hacen unos espaguetti salteados con mantequilla y en salsa blanca que merecen capítulo aparte y unas pizzas con la base bien crujiente, francamente deliciosas. No pidan lasagna, los prevengo, aunque las dependientas intenten convencerlos. Y hagan lo que hagan, por el amor de dios, no tomen café (es en serio). Los jugos, sin embargo, también son recomendables.
El café es en Montero, calle 23 esquina a 6. Hacen un tinto bien apretado que sirven en tacitas mínimas a compartir sobre leños que hacen las veces de sillas.
Los batidos, en cambio, son en 5ta y A. La gente va ahí a comer hamburguesas y de seguro no las hacen malas, pero las jarras cerveceras de medio litro o más, llenas de batido de mamey tan espeso que toma una cuchara y muchas ganas sacarlo de la batidora, son el centro del asunto para mí.
Las hamburguesas en cambio las compramos en Roxinanda, en la esquina de Santa Catalina y calzada de 10 de Octubre (en ese municipio cuyo gentilicio no alcanzo a deducir aun). Durante meses viví convencido de que esas buenas personas ponían al menos una pizca de canela o condimento dulzón y aromático similar en la masa de carne picada. ¡Canela! Hablando de competencia desleal... es increible a los extremos a a los que está dispuesta a llegar la gente.
Cuando llueve y/o estamos realmente hartos de cocinar, nos vamos a este lugar de cuyo nombre no puedo acordarme, a media cuadra en Heredia entre O'Farril y Acosta, y pedimos comida cubana para llevar, tan abundante y casera que en más de una ocasión me he encontrado plátanos fruta maduros puestos como guarnición en las bandejas de espuma naranja bien empaquetadas en nylon adhesivo (para que no pierda el calor) en las que nos sirven.
Todos esos lugarcitos permanecen en la periferia de la memoria hasta que son traidos a colación por las circunstancias. Están ahí por esa cualidad de sencilla y funcional que aportan a la existencia, matizando los buenos momentos o más aun, haciéndolos posibles. Son un regalo de los días, como lo es la sonrisa que nos pinta en el rostro, el breve acto de separar capas de nylon adhesivo para liberar los aromas de una buena comida.