Quien te escribe además de amenizar tus lecturas con mi visión periférica de la gastronomía habanera, cumple otra función igual de medular dentro del organigrama de AlaMesa: soy el jefe y único miembro del Departamento de Atención al Hombre, Organización de Actividades Recreativas, Descargas y Expediciones Punitivas a Expendios de Bebidas Diversas, Guardián del Sagrado Dominó de AlaMesa y Coordinador de la Merienda en las Reuniones.
¿Fatigoso? ¡Sí! ¿Divertido? ¡Sin duda!
El 20 de mayo, se celebra el aniversario de la entrada en funcionamiento del Directorio web y, por ende, el cumpleaños del proyecto. El onomástico me tomó a estas alturas algo más veterano: atrás quedaron los conatos de ejercicio de la democracia participativa a la hora de elegir cómo celebrar... cuando confluyen varias personas y varios conceptos de entretenimiento y opiniones y caracteres, la diversión tiene que vestirse de dictadura. Así que fijé mis objetivos: tenía que ser íntimo, placentero y emotivo para encantar a los involucrados y dar sentido a lo intenso del trabajo de los 365 días anteriores. Y tenía que ser AlaMesa, así que, verde y con puntas: una cena en un restaurante.
Definición de presupuesto, estimado de cantidad de asistentes, determinación del costo per cápita, referencia cruzada con los precios promedio definidos en la base de datos de AlaMesa, filtrado geográficamente para acomodar a la media de los comensales. Eso y la opinión de las especialistas, me dejó con Karma.
Tenía sentido: la propietaria, Isabel, utiliza AlaMesa desde hace 3 años para promover otro de sus emprendimientos: Razones.
Karma es, por demás, un lugar nuevo, erigido "sobre las ruinas" de restaurantes anteriores al que bien le vendrá lo que tengamos que decir de él.
Así que Isa y yo tuvimos la reunión de coordinación de rigor y pactamos los términos: entrante, plato fuerte a elegir, postre, bebidas, costo y organización.
El día en cuestión llegué casi el primero, hice arreglos previos, deslicé palabras al oído del barman a quien pasé bártulos por debajo de la barra, secretee con la propietaria que me estaba esperando con mesa para 16 y servicio atento, todo estaba listo.
Los invitados fueron llegando de a poco y en un orden ya establecido, primero el organizador (o sea, yo) y las personas conscientes, organizadas y puntuales, luego las mujeres, luego mi novia y por último el diseñador.
Tragos dispersos, intercambios de notas, gente que se ponía al día. Cuando al fin nos sentamos a la mesa, 30 minutos más tarde de lo pactado, ya había ambiente. Frituras de malanga con miel y mantequilla (un par de golosas confiscaron las destinadas a los comensales que aun no habían llegado). Regadas con una profusión de cocteles y cervezas bajaron bien, nadie lloró por su pérdida.
El tono subió una octava en la larga mesa dispuesta en el salón principal. Llegaron los platos fuertes, a elegir entre cerdo y pollo a la plancha o filete de pescado, con guarnición de vegetales de estación, vianda y el mejor arroz congri que haya probado en un restaurante cubano (me recordó a un plato que hacen los haitianos y al que llaman djom-djom que es básicamente congrí con champiñones). El tono bajó hasta convertirse en un susurro apenas roto por el repiqueteo de los cubiertos sobre la loza. Otra ronda de bebidas en la que todos olvidaron los maridajes recomendados y se dieron a la cerveza.
Para los postres ya habíamos perdido el empaque, unos se tiraban fotos, otros protagonizaban duelos de cucharas encima del brownnie con helado y yo buscaba el baño navegando temerariamente por un pasillo tembloroso y móvil como la cubierta de un barco en tormenta.
De regreso, las conversaciones se entonaban más. Hice una seña imperceptible al barman que sacó de su escondrijo la caja misteriosa. Uno a uno alineó los vasos old fashion'd que yo había recorrido media ciudad a pie para adquirir. Los que parecían velas de barco henchidas. Con el logo de AlaMesa que pasé una tarde colocando. Un vaso para cada comensal, un recuerdo de que somos parte de un mismo juego, de un mismo equipo.
Empezó a verter el contenido, añejo oscuro de Legendario (mezcla de rones de hasta 7 años, con toques de vainilla y olor a duelas de tonel) para los hombres y Elixir de Cuba para las mujeres (con ese suave toque dulce al final). Les juro que Legendario no me ha pagado por la promoción involuntaria, pero amigo que me lees... de veras... ¿Con qué sino con buen ron cubano podríamos brindar nosotros que tanto queremos a esta Isla bendita?
Me había aprendido un discursito, lo tenía... todo cubierto. Quería hablar de los debates, de las opiniones encontradas y de las francas peleas, de cómo dolían y herían, y a estas alturas más porque provenían de personas a las que consideraba mi familia y que sabía así se consideraban unos a otros. Quería hablar de como de esas contradicciones salía lo que entregábamos a la gente, sea lo que sea, que sale del corazón y de lo más profundo de nuestras fuerzas y deseos. Quería que entendieran que no cambiaría ninguna palabra dura, ningún intercambio hostil por nada de este mundo. Pero no me dejaron decir, no me dejaron terminar mi bonito discurso que ya sabían de memoria, porque es el suyo, el que ellos dirían.
Embistieron con el propio vaso el vaso más cercano en un brindis como naves de Salamina.
Para Eli, Lia y Xenia que no pudieron estar. Vendrán más...
Por: Aleph
Alquimista, emborronador, revisionista y bebedor
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