Life... is like a grapefruit. It's orange and squishy, and has a few pips in it,
and some folks have half a one for breakfast.
Douglas Adams
A propósito de lecturas, tema recurrente durante el febrero y marzo cubanos, recordamos que la relación entre literatura de ficción y gastronomía es profunda y largamente documentada.
Las letras hispanoamericanas, por ejemplo, sostienen romance con el acto de compartir alrededor de una buena mesa y restaurantes, bares y cafés han provisto el entorno apropiado para conversaciones, confesiones, debates e intercambios. Desde Cervantes hasta la fonda en la que se reunían los real-visceralistas de Roberto Bolaños pasando por el "salón-bar" en el que Carlos Argentino Danieri revela a Borges la existencia delAleph, el bar por el que merodean los protagonistas de Rayuela y bueno... pues... pasando por Laura Esquivel .
Menos común y "más particular" es esta relación en determinados géneros.
La fantasía y en especial la fantasía épica parece no poder pasárselas sin banquetes, tabernas, posadas y similares (desde aquellas como "El pony pisador" con las que Tolkien reforzaba la percepción del lector alrededor de la profunda cultura culinaria hobbit hasta la decena de lugares en este estilo que aparecen en la peligrosamente interminable saga de Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin pasando por Marion Zimmer Bradley, Mary Stewart, UrsulaLeGuin y otros autores) son cosas que simplemente parecen ir juntas.
Las cosas no están igual de claras en la ciencia ficción. Es cierto que uno de los padres fundadores del género, Julio Verne, fue profuso en descripciones de las vituallas y las comidas realizadas por sus personajes a lo largo de los viajes que describió, tanto en novelas que pueden relacionarse con la ficción científica como en otras que no. "Dos años de vacaciones", "5 semanas en globo", "Kerabán el testarudo" son ejemplos de esta práctica que llega a un grado superlativo en "20 000 leguas de viaje submarino".
También es cierto que un autor clásico como Arthur C. Clarke, más conocido por la versión cinematográfica que hiciera Stanley Kubrick a partir de su novela "2001 una Odisea del Espacio", convierte a los encuentros de sus personajes en una taberna en el hilo conductor para su colección de historias "Cuentos de la taberna del Ciervo Blanco".
Pero un restaurante, por regla general no es un lugar común en el contexto de viajes espaciales y adelantos científicos. Más aun, revisado un breve compendio de obras del género, resulta interesante el determinar que el imaginario colectivo de los escritores de ciencia ficción parece asignar roles y simbolismos muy precisos a restaurantes y bares.
Según estos, un restaurante es un lugar glamoroso a través del cual se puede mostrar el estatus social y económico de un determinado personaje o grupo de personajes. Si bien sirve de escenario para eventos de relevancia en la trama, es importante el simple hecho de estar allí, tanto o más que lo que allí ocurre. Esto en contraposición, el bar tiende a representar un espacio mucho más informal, popular, asequible y por tanto, más cercano a la marginalidad.
Ejemplo de ello lo encontramos en la obre del reconocido escritor norteamericano Robert Heinlein (famoso sobre todo por sus novelas "Tropas del Espacio" y "Forastero en Tierra Extraña"). Los primeros compases de su novela "El gato que atravesaba paredes" tienen lugar precisamente en un restaurante (El Fin del Arco Iris), lo cual sirve para establecer el alto estatus social de los protagonistas, el cual posteriormente pierden desatándose la trama. En contraposición, su cuento "Colón era un cretino" ocurre en un bar, en el que los tragos animan la conversación entre personajes escépticos hasta el cinismo que comparten sus visiones y desencantos.
Los bares son una constante en las obras de William Gibson, fundador de la corriente conocida como cyberpunk y de quien se dice cambió la faz del género para siempre nada más con su novela "Neuromante" que, por cierto, comienza en el Chatsubo un, adivinaron, bar.
Los bares de Gibson son receptáculo y punto de reunión de los bajos fondos en un futuro tecnológicamente avanzado en el que las técnicas informáticas y biotecnológicas son del interés del hampa y estos espacios sirven para el comercio y el crimen.
Ubicado en el mismo universo ficcional, su cuento "Johnny Mnemonic" (con versión cinematográfica protagonizada por KeanuReeves) provee otro ejemplo de esto.
Mención aparte merecen los bares (Justine, Jimbo's, SadJack's, Rafters) en los que transcurre la trama del brillante relato "La Especie" que Gibson escribe a 4 manos con John Shirley en el que estos lugares, en su apariencia más corriente, sirven de atinado escenario para la narración de una suerte de callada (y diríamos muy simbólica) invasión, proveyendo, además, de un inusitado trasfondo erótico.
Del otro lado de esta suerte de espectro al que hacemos referencia, Dan Simmons en su tetralogía "Los Cantos de Hyperion", conjura a un restaurante: Copa del árbol para convertirlo en non plus ultra de las aspiraciones humanas en lo que a estatus social se refiere. Es el lugar al que solo lo más encumbrados y económicamente bien provistos, políticamente bien conectados y mejor educados podían asistir.
Por último, y sin salir de la misma línea de pensamiento, toda enumeración de restaurantes en la ciencia ficción estaría incompleta sin mencionar a Millie...
El británico Douglas Adams, en su mundialmente famosa pentalogía de humor y ciencia ficción "La Guía del Autoestopista Galáctico", dedica título y larga y deleitosa descripción a "El restaurante al final de la Galaxia".Milliways es un restaurante muy peculiar: en él no solo es posible degustar lo mejor y más diverso de la cocina universal en compañía de casi todo el mundo que merezca mencionarse (haya vivido antes, ahora o después)... en ese lugar, a modo de espectáculo, los privilegiados comensales asisten al fin del universo.