¿Alguna vez te ha tocado, amigo lector, dar recomendaciones arriesgadas?
Quizá esta situación te resulte familiar:
Un amigo, conocido, colega o contacto de alguna índole tiene una necesidad con la que te identificas y, ya sea porque quieres impresionarlo o por el genuino afán de colabora, le recomiendas algo o a alguien como potencial resolución. El rango va desde una marca de champú hasta un tratamiento contra el stress pasando por el amor de su vida, el mejor empleado que podrá tener su negocio y por supuesto, inevitable, el restaurante que necesita.
Pero cuando presentamos a esos dos amigos que en nuestro juicio hacen la mejor pareja del mundo, puede (y suele, Murphy mediante) pasar que su, a priori eterna relación termina a la semana en una apocalíptica conflagración cuajada de sartenazos y, más importante para este escrito, con un en mala hora te hice caso. Este último espetado a ti, desafortunado intermediario de Eros, desde la superioridad moral que da un ojo amoratado.
Un error de apreciación de esta índole es común particularmente cuando implicaciones emocionales (en la cuerda de lo que sentimos por los dos amigos de marras) nos impiden evaluar de manera objetiva los pros y contras de lo recomendado. Ella es una arpa egoísta y él un guajiro acomplejado y eso estaba destinado al hundimiento desde antes de zarpar, pero nosotros, que los queremos, no podíamos verlo.
Funciona así para buena parte de las cosas, es parte de la mecánica del universo. Claro que cuando los recomendados son restaurantes, las variables pueden cambiar...
A estas alturas del partido, con AlaMesa amenazando cumplir 4 años en mayo (Banzaiii!), y yo amenazando cumplir XX el día dd del mes de mmmmm (espero no creyeran que iba yo a confesar tan fácilmente. Tienen que seguirme en Twitter para enterarse), buena parte del empleo de mi tiempo libre está relacionado con la gastronomía (sin que ello afecte sustancialmente mi peso corporal).
Debido a eso, a las malas compañías (que son siempre las mejores) y a la manera elegante en que presento AlaMesa App dondequiera que voy, sucede con cierta frecuencia el que me pidan recomendaciones para salir a comer.
Y una y otra, y otra vez y con muy escasas y casi heroicas excepciones soy testigo de un fenómeno que he denominado Síndrome de la Segunda Vez o Virus VM32.
Lo ejemplifico: Un amigo me pide recomendación para el 14 de febrero, dada la cercanía, el presupuesto y lo que estaba buscando lo remito a La Catedral. Dos días después la persona me devuelve un review con rating de 5 estrellas y un abrazo para el chef. Un par de meses después, mi amigo vuelve esperanzado al lugar, que en esta ocasión le regala una experiencia totalmente negativa y más cercana a la estrella o menos.
¿Casualidad? ¿Lugar controvertido? ¿Turno equivocado? ¿Una golondrina no hace verano?
¿Qué tal este¿ Dos parejas de buenos y viejos socios nos visitan, una de ellas nos pide le recomendemos un lugar apropiado para una cena familiar. Una vez más, pondero los datos que tengo a mano (presupuesto, transporte, clima, tipo de cocina, cantidad de comensales, todo lo que me digan) y sugiero Mediterráneo Habana. Ese mismo día recibo el más entusiasta feedback que 90 ctvs en SMS pueda comprar, de los cuales cito:
La cena estuvo **** increíble! El lugar se ve muy bien y el servicio está por encima y más allá y los entrantes, al igual que los platos principales son magníficos. Lo más importante es el staff, es muy amistoso y conocedor (de su trabajo).
Es esta referencia lo que lleva a la otra pareja, dos días después a escoger el mismo lugar también para una cena familiar y el retorno, también ETECSA mediante es precisamente el opuesto. Comenzando con un el dinero peor empleado de mi vida, se entendieron varios centavos en una enconada diatriba contra los platos para culminar con la guinda: y el servicio era atento, pero en plan hormigas locas.
Hay un elemento de subjetividad en todo esto: el gusto de cada cual y su escala de calidad. Ello depende de la formación, el conocimiento, las experiencias acumuladas y, más subjetivo aun, el humor del momento. Eso de conjunto con un millar (estimo) de sutilezas más.
Pero también hay algo más e intentaré llegar a ello a través de mis propias vivencias.
La noche del 20 de diciembre de 2014, la del concierto de Silvio Rodríguez en el Latinoamericano fue mágica y no solo por esa razón. Es que era ese el más visible de una serie de eventos culturales que estaban ocurriendo a la par en varios rincones de la ciudad. En el Teatro Mella, Roberto Fonseca y Temperamento tenían otra de su espectaculares presentaciones y en la Sala Che Guevara de Casa de las Américas, Xiomara Laugart, Pablo Milanés, César López, Néstor del Prado, Tania Pantoja, Axel Tosca Laugart y este que les escribe (el menor de todos), cantamos hasta enroscarnos el corazón en el pulgar, hasta dejarnos todo temblando de los zapatos a las nubes.
A la salía urgía la sobremesa, y ya puestos en camino decidimos hacerla cerca de casa.
Nos fuimos a Melesio Grill, nos sentamos en la barra, ordenamos. El barman verde hasta los nervios, con poco oficio, suplía los huecos con ganas, la dependienta en cambio sabía lo que hacía, sugirió cambiar las tapas diversas por una que, con menos costo, nos ponía un poco de todo delante. A veces dejando de ganar dinero se compra prestigio frente al cliente (una lección que alguno por ahí ignora) y la posibilidad de una segunda vez. Los platos de quien comió estaban correctamente surtidos, los cocteles dosificados, las tapas frescas, la cerveza fría, el ambiente tranquilo, los tiempos bien manejados. El perfecto fin de una memorable velada.
Un par de semanas más tarde y espoleados por este éxito, nos detuvimos allí a comer de camino a un compromiso. Teníamos tiempo y el lugar había probado sus virtudes. Baste decir que luego de casi 2 horas de espera (cronometradas diligentemente por este pesado que les escribe) tuvimos que irnos sin siquiera ver de lejos las brochetas y la carne de cerdo que habíamos ordenado eones antes.
La fórmula puede variar: a) mismo lugar, diferentes clientes, diferente momento; b) mismo lugar, diferentes clientes, mismo momento c) mismo lugar, mismas personas, diferentes momentos y así más allá de la z.
Lo que no cambia es la dificultad para encontrar un lugar que mantenga estable un estándar de calidad en el servicio. Lo que no cambia es vivir la misma experiencia si es buena en el mismo lugar cada vez que vas.
Uno como cubano en Cuba entiende las limitaciones que imponen la escasez de insumos o la extrema volatilidad de los recursos humanos calificados en este sector que cada día se hace más competitivo. Pero no es un caso o dos, ni un lugar o dos, sino algo que, al parecer y por desgracia ha pasado a formar parte de la cultura de los servicios en nuestro país.
¿Estaremos condenados a esto para siempre? ¿Has vivido tú estas experiencias? ¿Qué lugares en tu opinión escapan a este estigma?
Por: Aleph
Alquimista, emborronador, revisionista y bebedor
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