Para L. a propósito de nuestro aniversario.
¿Les cuento?
La primera vez que la vi usaba justos pantalones de mezclilla gris y una blusa negra. Ella abusa del negro en varios sentidos. Un par de horas de interacción entre nuestros egos la convenció sin lugar a dudas de que la relación no tenía futuro. Cosa de narices.
La primera vez...
Luego, a pesar de o gracias a los desencuentros de un par de semanas turbulentas, me invitó a salir. Me llevó a un restaurante porque de más está decir...
Cuando pasé a buscarla a su casa, su madre me echó un vistazo crítico y certificó:"bandido", su abuela me sacó las palabras y certificó:"buen muchacho", su perra me echó una olfateada y certificó:"potencial paseador nocturno y mecenas comprador de dulces de panadería". Las tres tenían razón.
Ella llevaba camiseta azul ceñida, unos curiosos pantalones blancos recién comprados y zapatillas de bailarina de un color ya indefinible. Medía 1.80 y lucía impresionante como una nube de tormenta y deseable como el viento en las velas.
Pedimos comida italiana: espaguetis a la boloñesa generosos (adornados con perejil y con la salsapomodoro tan gruesa que parecía esmalte), una pizza con piña y jamón y la corteza muy crujiente y una densa lasaña interminable.
El lugar: una azotea remodelada y transformada en restaurante italiano, sin muchas pretensiones, lugar de barrio, abundante en las raciones, cordial en el servicio. Nos sentaron al lado de la cotorra.
La conversación: una maraña de espinas y risas, de promesas y reproches velados, de quieros y no quieros y a mí que me habían besado y negado el beso a la vez ya se me antojaba más incomprensible que el desempeño de los Industriales. Y esos...
Para beber solo jugos. Una partida de tal índole requería de todos los sentidos. Que conste que si partida había, no era yo quien iba ganando. De hecho, no he vuelto a ganar desde entonces. La derrota también puede ser un estado de gracia.
Me abstuve del postre (ella nunca lo hace, no está en su naturaleza. ¡Carpe Diem!) , pago ella los costes y me arrastró a través de la salida.
Y nos vamos para tu casa -me espetó. -Que te debo una disculpa muy larga.
Un restaurante también es espacio para el milagro del amor... te lego, amigo lector, este rincón para que compartas con otros como tú las sensaciones y recuerdos indelebles de una primera cita en uno de esos lugares mágicos que pueblan nuestra Isla.
Por: Aleph
Alquimista, emborronador, revisionista y bebedor
Sígueme en Twitter: @iHavanaAleph